Hace años escribí un artículo en El País sobre el efecto de las «ventanas rotas«. Recogía las conclusiones de un estudio llevado a cabo en no recuerdo qué universidad norteamericana. Dejaron un coche abandonado en un lugar poco recomendable, limpio y con las puertas cerradas. Resistió muy bien durante bastante tiempo. Luego dejaron otro coche con las ventanas rotas. Al cabo de unas horas, estaba ya desguazado. La conclusión era que la señal de que algo no tenía dueño era una invitación a vandalizarlo, y que la conducta de los demás (romper las ventanas del coche) era un factor importante a la hora de determinar la conducta propia (romper lo que quedaba del coche). Y no se trata de algo exclusivo de los Estados Unidos.
Desde entonces, cada vez que veo las palabras «ventanas rotas» no puedo resistirme a leer lo que dicen. Por eso cayó en mis manos un trabajo escrito por autores franceses, holandeses y belgas, titulado «Evasión fiscal, fraude en el bienestar y el efecto de las ventanas rotas: Un experimento en Bélgica, Francia y Holanda» (en inglés, aquí). El experimento era proponer a una serie de personas acciones que suponían evasión fiscal y/o fraude a la seguridad social. El artículo llega a la conclusión de que mucha gente se apuntaba a esas conductas, del orden de la mitad de los que participaron en el experimento, y que la proporción de fraude en la seguridad social era mayor que la de los impuestos. Y me parece que esto también vale para este país, donde la gente pregunta «si tengo derecho al seguro de desempleo a partir del tercer mes del contrato» y cosas así.
El trabajo estudia diversos aspectos de esas conductas, que aquí no voy a detallar. En lo que se refiere al caso de las «ventanas rotas», llegan a la conclusión de que, cuando se da información sobre la conducta (fraudulenta) de otras personas, esto incita al fraude propio, al menos en el caso de los impuestos. O sea, la falta de honestidad de unos arrastra a los otros, porque reduce el «coste moral» de defraudar a Hacienda. Y su recomendación es no publicar cifras del fraude fiscal.
Es curioso que, en esta sociedad individualista en que vivimos, el mimentismo vaya por delante de la honestidad. Bueno, no es curioso: esta sociedad es individualista en la vida privada (en mi casa yo hago lo que me da la gana y nadie tiene por qué decirme lo que debo hacer), pero, al mismo tiempo, carece de criterios éticos en lo social, de modo que acaba imitando a los demás. O sea, nos guiamos por la ética de los demás. O, como en este caso, en la no-ética de los demás.
viene a cuento con JOSEP TOUS, por cierto a parte de la «presunción de inocencia», seguro que estuvo en tus aulas. El socio de Urdangarin, i otros.
Todos han aprendido honestidad¿?, o vieron las «ventanas rotas».
Y los que aún no se han detectado, los filtros educativos no permiten «ver» o es que formamos en el «filo de la navaja»¿?