El lector no conocerá a Don Ritchie, que falleció hace unos días (ver noticia aquí, en inglés). Don vivía en Watson Bay, Australia, cerca de The Gap (el precipicio), un lugar que, como su nombre indica, ha sido elegido muchas veces por los suicidas para poner fin a sus días. Don solía acercarse a ellos, hablar con ellos y recomendarles que no saltasen. Tenía un cierto don (¿le vendría de su nombre?) para convencerles.
¿Que por qué hablo de Don Ritchie aquí ahora? Porque él solía decir: «no tenga miedo de hablar con aquellos que a usted le parezca que tienen una necesidad. Recuerde siempre la fuerza de una sencilla sonrisa, una mano amiga, un oído dispuesto a escuchar y una palabra amable«. Leí hace tiempo un artículo, no recuerdo de quién ni dónde, en que el autor comentaba que, cuando se le acerca alguien a pedirle dinero, aunque no se lo dé, le mira a los ojos, le sonríe y le dice una palabra amable. ¿Cinismo? No: humanidad. Humanidad no significa dar unos céntimos a un pobre, sino tratarle con respeto y cariño. Como Don hacía con los presuntos suicidas.
No era fácil la tarea de Don Ritchie. Como se dice en el artículo que he citado más arriba, «hace falta valor, coraje, tenacidad,… para estar en el borde del precipicio y animar a alguien a no dar el último paso». Don solía decir: «He sido un vendedor toda mi vida, y a ellos [los suicidas] les vendía vida«.
Hace unas semanas me contó una periodista que a una cadena de televisión española llegó una nueva noticia. Había que quitar una de las previstas, para introducir esta. Y la que quitaron era la única noticia buena que tenían. «Las noticias buenas no venden», sería el argumento. Quizás sea verdad. Pero imagínense comenzar el telediario diciendo: «Señores telespectadores, hoy empezamos con una noticia buena. No tenemos muchas de estas, pero por eso hemos querido darla, porque no todo lo que ha ocurrido hoy es malo». ¿Verdad que nos habría cambiado el humor?
Absolutamente de acuerdo. Las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta tienen 4 votos: pobreza, castidad y obediencia más un cuarto voto de servicio libre y de todo corazón a los más pobres de entre los pobres. Pero además, la Madre Teresa decía que todos ellos debían hacerse con una sonrisa. ¡Y cuesta mucho! Pero basta con conocer a las misioneras para darse cuenta de esto: todo lo hacen con la sonrisa en los labios. Ella misma lo dice así:
«Una sonrisa en los labios alegra nuestro corazón,
conserva nuestro buen humor,
guarda nuestra alma en paz,
vigoriza la salud,
embellece nuestro rostro
e inspira buenas obras.
Sonriamos a los rostros tristes,
tímidos, enfermos, conocidos,
familiares y amigos.
Sonriámosle a Dios con la aceptación
de todo lo que El nos envíe y
tendremos el merito de poseer
la mirada radiante de su rostro
con su amor por toda la eternidad.
Las palabras de Cristo son muy claras,
pero debemos entenderlas como una
realidad viviente, tal como El las propuso.
Cuando El habla de hambre,
no habla solamente del hambre de pan,
sino hambre de amor, hambre de ser
comprendido, de ser querido.
El experimentó lo que es ser rechazado porque
vino entre los suyos y los suyos no lo quisieron.
Y El conoció lo que es estar solo,
abandonado, y no tener a nadie suyo.
Esta hambre de hoy, que esta rompiendo vidas en todo el mundo destruyendo
hogares y naciones, habla de no tener hogar, no solamente un cuarto con
techo, pero el anhelo de ser aceptado, de ser tratado con compasión, y que
alguien abra nuestro corazón para recibir al que se sienta abandonado.»
-Madre Teresa, M.C.
Muchas gracias, David, por tu colaboración.