Dos no hablan si uno no quiere. O quién pagará nuestra deuda

Esa era la frase que empleaba un profesor que yo tuve en mis años mozos, cuando nos castigaba a dos por hablar en clase (me parece que esto no es una práctica vigente hoy) y uno argumentaba que «yo no hablaba, era él». Me vino a la memoria cuando ayer mi colega Alfredo Pastor contestó, en una sesión del Programa de Continuidad del IESE que tuvimos en Barcelona, a una pregunta sobre si la banca española podría hacer frente a todas sus deudas con los llamados mercados financieros, es decir, los inversores de otros países que les prestaron generosamente en los años de la burbuja.

Dos no hablan si uno no quiere. Difícilmente puede haber deudores irresponsables si no hay acreedores irresponsables. Los bancos que prestaron cantidades enormes de dinero a nuestros bancos, para que financiasen a nuestras inmobiliarias y constructoras para que, a su vez, construyesen y vendiesen viviendas a nuestros ciudadanos, sabían, o tenían obligación de saber, que esa era un operación con riesgo, y con riesgo alto. Por tanto, ahora no pueden alegar ignorancia.

Esto no quiere decir, claro está, que ellos deban perdonar la deuda a nuestros bancos. Alfredo hacía notar que en todas las suspensiones de pagos entre países ha habido un reparto de los costes entre deudores y acreedores. Claro que estos tienen derecho a pedir que los primeros cumplan a rajatabla sus deberes. Pero no tienen razón. O no tienen toda la razón, aunque, legalmente, los papeles firmados se la den.

Y otro tanto ocurre con nuestro sistema financiero. Los que prestaron alegremente a los promotores y constructores, o a las familias que compraban su vivienda, se estaban metiendo en operaciones de riesgo. Ahora pueden alegar, contrato en mano, que la otra parte aceptó sus obligaciones. Pero no tienen razón. O mejor, no tienen toda la razón. El problema, en este caso, es que la situación de la banca es lastimosa, de modo que no tienen mucho margen para compartir su parte de culpa. Lo que nos traslada el problema a los contribuyentes. O sea, el resto de la clase recibe un castigo porque dos hablaron. No es justo, pero forma parte de la solidaridad. Con límites, claro.