Vuelvo a uno de los protagonistas de la entrada anterior, Stephen Harrison (ver entrada aquí); la fuente es la misma. Harrison escribió un libro que podríamos traducir como «El directivo decente». «Decencia, decía en él, no es simplemente ser amable», sino más bien crear un envoltorio, una burbuja de buenas acciones que protejerán a la empresa en los tiempso difíciles. «Nuestra disposición a ser decente en el trabajo no depende de si los negocios van bien, o si estamos de mal humor, o si está lloviendo. La decencia no se manifiesta a los demás a menos que nos molestemos en hacer cosas para ellos en cualquier estado del tiempo». Esto incluye, por ejemplo, dar nuestro reconocimeinto a aquellos cuyo trabajo no parece destacar, como por ejemplo los que limpian la oficina; o escuchar a todos. «Ser accesible a todos es tan importante como ser humilde«.
Harrison recuerda al que fue alcalde de Nueva York, Ed Koch, que en su segundo año de mandato se paseaba por las oficinas preguntando a la gente: ¿Cómo lo estoy haciendo? «Pasó de ser una persona bien considerada a una persona querida». Harrison subraya la idea de evitar la «pompa» del directivo, y pone un ejemplo: «Siempre contesto yo mismo al teléfono» desde que el CEO de una gran empresa le comentó esa «pomposidad en el teléfono».
El autor del paper acaba esta parte con una cita de Maya Angelou: «La gente olvidará lo que dijiste, incluso olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo les hiciste sentir«. Las pequeñas virtudes de la convivencia nunca son pequeñas,…