Leo un artículo, breve pero interesante, de la profesora Begoña Román, en el último número de Acractiva (aquí, en catalán), con el título de «Ética en al ámbito asistencial«. Hace notar que la composición cultural de nuestra sociedad ha cambiado y, por tanto, las sensibilidades y demandas de las personas que necesitan de una asistencia, cualquiera que sea el tipo de la misma. Claro que uno puede decir que, «donde fueres, haz lo que vieres», y que aquí hacemos las cosas de una determinada manera, y si a los que acuden a nuestro servicio no les gusta, que no vengan. O que lo importante es que el servicio sea eficaz, eficiente y a un precio adecuado; lo demás son florituras. Pero si hablamos de ética, estos argumentos no sirven.
Hace unos días me comentaba un amigo mío que había pasado unos días en la unidad de cuidados intensivos de un hospital que, a la hora del aseo personal, le dejaban en cueros. Y, claro, él se sentía molesto, hasta el punto que tuvo que pedir que, por favor, le cubrieran algunas partes de su cuerpo. He aquí un ejemplo de lo que significa tener en cuenta la sensibilidad de la persona. No se trata de actuar sin más, ni de pasar al usuario una encuesta sobre cómo quiere que le desnuden a la hora del aseo, sino de hacerlo de modo que cualquier persona, de cualquier cultura, se sienta bien tratada, más allá de la comodidad de los cuidadores o de la eficiencia de la actividad.
«La finalidad de la ética sistencial es la justicia y el respeto al ciudadano para promover la consecución de su calidad de vida», dice Begoña Román. Y habla de códigos deontológicos, de cartas de derechos de los usuarios y de ética de la organización. Porque, al final, está la calidad ética de los que prestan el servicio, que depende también de la organización, que «ha de forjar un ethos corporativo».
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