Otra vez la corrupción

Ayer estuve en Lisboa, participando en un seminario en la escuela de dirección AESE, sobre la corrupción en las empresas y en los gobiernos. Una idea que salió allí es la de si la corrupción es causada por una persona (la manzana podrida) o por la empresa (el barril que pudre las manzanas). Durante mucho tiempo, el planteamiento de la lucha contra la corrupción se centró en las personas, pero ahora, cada vez más, se ve como un problema de la organización, de la cultura, de las rutinas de la institución y, sobre todo, de los incentivos que crea.

El resultado es la racionalización de las conductas individuales: «no es mi culpa», «yo no he creado el problema», «a mí no me corresponde tratar de resolverlo», «todo el mundo lo hace», «los resultados son lo importante»,… y otros argumentos más sofisticados, como «esto es bueno para la sociedad, porque fomenta la producción», o «no hay víctimas, de modo que no debe haber crimen». O, peor aún, «la ley es injusta, porque se aplica de una manera injusta» (y ya tenemos una buena excusa para hacer lo que nos dé la gana). Y, finalmente, el recurso a la lealtad: «yo me debo a la empresa» (una versión avanzada de «el que se mueve no sale en la foto»).

Y luego está la complicidad de la organización, cuyas normas, formales o informales, fomentan las conductas corruptas, por ejemplo cuando los jefes toman represalias contra los denunciantes («sí, ha hecho bien en denunciar, pero… esto quiere decir que no es suficientemente leal a la empresa»), o perdona los errores (el directivo que corrompió es promocionado al cabo de poco tiempo), o crea los incentivos que llevan a la corrupción (cuando, por ejemplo, se promociona o se remunera de acuerdo con las ventas o los beneficios, sin preguntar si los medios empleados con los correctos).

En definitiva, la lucha contra la corrupción debe centrarse, primero, en la cultura de la empresa, en sus normas y reglas. Las bonitas declaraciones de los directivos están muy bien, pero lo que cuentan son los hechos. Y en muchas empresas los hechos desmienten las declaraciones.

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