He sufrido un ataque de profesoritis (ya saben, esa enfermedad de los profesores que, de repente, nos hace entrar en trance y dar una clase). Es sobre la deuda pública. Para no aburrir al lector, dejo la segunda parte de la clase para la siguiente entrada.
- «Cada español deberá pagar no sé cuántos miles de euros para devolver nuestra deuda pública». No. La deuda pública no hay que devolverla. Bueno, a lo mejor hay que devolver una parte, pero no toda. Usted, lector, y yo sí que hemos de devolver nuestra deuda, porque tenemos una vida finita. Y nadie nos prestará sabiendo que vamos a morir, a no ser que dejemos garantías suficientes (una casa servía, al menos hasta hace unos años), o un seguro de vida, o la firma de los hijos para continuar pagando la hipoteca. El Estado no tiene ese problema, porque su vida es infinita: detrás de un gobierno vendrá otro, de modo que la continuidad está garantizada. Y ningún gobierno se negará a hacer frente a las deudas de su predecesor porque, en caso contrario, nadie le prestaría.
- Es por ello que la deuda pública simplemente se refinancia. El gobierno recibe crédito (coloca, por ejemplo, deuda pública a tres años) y, cuando esa deuda vence, emite nueva deuda para devolver la anterior. A esto me refería cuando decía que la deuda no hay que pagarla.
- Esto puede no funcionar, claro, si se pierde la confianza en esa deuda, esto es, si se considera que el país puede ser insolvente (en eso consiste la crisis de la deuda soberana que tenemos ahora). En tal caso, el gobierno no consigue renovar el crédito y, entonces sí, se le exige que lo pague, como los bancos hacen con nosotros, los particulares. Y esto ocurre, precisamente, cuando el país está en peores condiciones para pagar su deuda. Pero la vida es así: también a nosotros los bancos nos persiguen para prestarnos cuando no necesitamos el dinero, y nos exigen que lo devolvamos cuando no podemos devolverlo.
- Lo que no debe dejar de hacer el país es pagar los intereses de la deuda. Lo mismo que nosotros: los bancos miren con más simpatía al deudor que paga puntualmente cada mes, porque de este modo el problema queda disimulado. ¿Podrá seguir pagando más adelante? No lo sé, por ahora va pagando, o sea que… sigamos así.
- Si la proporción de la deuda pública sobre el PIB es baja, y no se espera que vaya a crecer en el futuro próximo, el gobierno no tendrá problemas para refinanciar su deuda, al menos como regla general. La crisis de la deuda soberana aparece cuando el porcentaje de deuda pública sobre PIB es muy alto, o cuando se espera que crezca mucho. Lo primero puede ser síntoma de mala gestión fiscal en el pasado: el gobierno gastó más de lo que ingresó durante mucho tiempo y, claro su volumen de deuda creció. Lo segundo puede ser síntoma de mala gestión fiscal ahora (gasta más de lo que ingresa y no parece ser capaz de parar esta tendencia), o de falta de confianza de los mercados, que imponen tipos de interés muy altos (la famosa prima de riesgo) y, claro, si tienes que pagar un interés del 20% anual, a menos que tus ingresos crezcan más del 20%, tu progreso hacia la quiebra es seguro.
Sospecho que el lector no se acaba de creer todo esto. ¡Sería tan bonito no tener que devolver la deuda! Bueno, no lo es tanto. En la siguiente entrada discutiremos de este tema, bajo el epígrafe: ¿Es la deuda una carga que dejamos a nuestros hijos?