Acabo de escribir una entrada sobre Japón. Aquí va otra, que incide sobre un tema parecido: ¿cómo será el mundo para nuestros jóvenes, dentro de unos años, después de la crisis? En el suplemento Life & Arts del Financial Times del pasado sábado apareció un largo artículo de David Pilling titulado «Youth of the ice age» (aquí, en inglés). Se refiere a la «edad de hielo» o la «gran glaciación» que se abrió para los jóvenes japoneses cuando se pinchó la burbuja a principios de los años noventa y empezó una larga recesión, con dificultades para conseguir empleo y con cambios importantes en el estándar de vida de aquellos jóvenes.
No pretendo sacar paralelismos con el futuro de los jóvenes españoles, porque el entorno es muy distinto, y porque el autor, un poco ecléctico, mantiene abiertas varias alternativas, pero sí me parece que hay algunas ideas que pueden ayudarnos a preguntarnos por ese futuro: no diré que a entenderlo, porque, probablemente, será distinto al nuestro, al menos en cuanto que lo tienen que crear unos jóvenes que todavía no han llegado a la edad de tomar decisiones sobre su vida. He aquí algunas de las ideas de ese artículo, que me parecía interesante presentar aquí.
- Son jóvenes emprendedores, que quieren desprenderse de muchos aspectos de la cultura de sus padres. Esa cultura puso énfasis en un «ascensor» laboral, en el que la clave estaba en encontrar un buen empleo en una gran compañía al salir de la universidad; lo demás vendría después. Pero eso se ha interrumpido ahora: para muchos, la mayoría de los jóvenes, no hay ascensor.
- Esto les ha obligado a trabajos más «casuales». El empleo de por vida se ha acabado. Y esto obliga a plantear la vida de otra manera. Si sigues pensando en aquel ideal, vivirás amargado. Quizás habrá que empequeñecer un tanto los sueños…
- Visto desde otro ángulo, esto no es tan desastroso. El artículo señala evidencias de que los jóvenes son ahora más felices que en generaciones anteriores, incluso en las del boom que acabó al principio de los años noventa. Y la causa es que se han desprendido del modelo de la «gratificación retrasada» de sus mayores, que vivían siempre persiguiendo un resultado mejor (mejor casa, mejor sueldo, mejor carrera) que rara vez alcanzaban. «Muy pocos cambiarían su etilo de vida actual por el de sus padres». Quizás no hay un paralelismo completo con nuestra sociedad, pero, sin duda, los jóvenes encontrarán mucho que criticar en el estilo de vida de nuestra generación.
- El resultado es mayor independencia. «Hoy los empleos son menos seguros, pero la gente vive el momento. Ahora trabajan para ellos mismos, toman sus propias decisiones, asumen sus propias responsabilidades y obtienen mejores resultados». Quizás esto no puede decirse, en los mismos términos, de España, pero al menos invita a una reflexión sobre la necesidad de encontrar un modo propio de llevar a cabo su vida. Y esto puede ser un virtud, pero también una limitación (carpe diem: vive el presente y olvídate del futuro).
- Una prueba de ello es la disposición de algunos jóvenes a abandonar carreras económica y socialmente exitosas para hacer algo que les parece más útil y gratificante: trabajar para una ONG, montar su propio negocio (a veces con escasos resultados económicos, pero mejores consecuencias personales), actuar como voluntarios, etc. «Lo que vemos como una nueva frontera es hacer algo por la sociedad o por nuestra comunidad, no simplemente vender más cerveza». La búsqueda de sentido es más importante que la búsqueda de remuneración y carrera.
- En todo caso, el futuro no está garantizado, principalmente por la caída de la natalidad, que limita drásticamente las expectativas de esos jóvenes, aunque ellos no lo reconocen ahora. «La ‘generación feliz’ puede estar engañándose a sí misma, disfrutando de su riqueza mientras Japón se encamina hacia la crisis. Esto convertiría a los jóvenes en pasajeros del ‘barco de los locos’ más que en confiados tripulantes de su propio destino. Pero ese no es un viaje sostenible. Dentro de treinta años, estos jóvenes que viven con sus padres tendrán que cuidar de esos mismos padres, pero ¿están preparados, financiera y emocionalmente, para esto?».
Insisto en que esto no es un mapa de carreteras para nuestros jóvenes desempleados y con escasas perspectivas de futuro. Pero al menos señala algunas preguntas que tendrán que hacerse, y que nosotros no podremos contestar por ellos. Aunque sí les debemos poder ayudar a hacer esa reflexión.