Edmund Phelps recibió el Premio Nobel de Economía en 2006. Le escuché por última vez en una Asamblea de Antiguos Alumnos del IESE, en Barcelona, hace unos años; que el tono de su exposición fuese aburrido no significa que su presentación no fuese interesante. Hoy leo un artículo suyo en el Financial Times, sobre «Alemania tiene razón al pedir austeridad» (aquí, en inglés, para suscriptores). Los países de que habla son Alemania, de un lado, y Francia e Italia, de otro; esto nos deja a los españoles, por una vez en la vida, fuera de la crítica. Pero esto nos debe ayudar a ser más objetivos al juzgar nuestra situación. He aquí algunas de sus ideas.
- La causa última de nuestros males es, como tantos otros dicen, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Phelps centra esto en un Estado del bienestar que creció demasiado deprisa. Aún ahora, en el fondo de la crisis, mucha gente sigue sosteniendo que «tengo derecho» a no sé cuánta atención sanitaria, pensión, ayuda a la dependencia o lo que sea, sin preguntarse si esto lo podemos pagar o no. «Ese no es mi problema», dicen. ¡Claro que lo es!
- Exceso de gasto acabó en déficit público alto y crecimiento de la deuda pública. Afortunadamente para los gobiernos, las condiciones de Basilea I para los bancos, que entraron en vigor en los años noventa, establecían que la deuda pública era totalmente segura, y no hacía falta tener capital propio para sostenerla en el balance de las entidades financieras. Aquella deuda se colocó sin problemas.
- Las familias empezaron a razonar que, si todos aquellos servicios del Estado del bienestar eran seguros, disponían de una «riqueza social» (valor actual descontado de esos servicios gratuitos que recibirían en el futuro con certeza) era muy alta. Y como los impuestos crecieron menos que los ingresos de las familias, la riqueza privada también aumentó.
- «Este era el mundo maravilloso de la visión keynesiana: más riqueza que apuntalaba más consumo«. Detrás vinieron las demandas de mayores salarios, que crecieron más que la productividad: la competitividad se redujo.
- Pero, al final, la sostenibilidad de la deuda pública no está garantizada. Suben la prima de riesgo y los tipos de interés. Hay que volver a la realidad. «Es una pena, dice Phelps, pero los derechos sociales, lo mismo que la riqueza privada, no pueden crecer más aprisa que la productividad», o sea, que la capacidad de producir de una economía.
- La historia acaba con Alemania exigiendo a Italia y Francia (y España, claro) que antes de concederles crédito para solucionar sus problemas, pongan fin a la orgía de gasto que nos llevó a este problema.
- «Más allá de las diferencias en cuestiones técnicas», dice el autor, esta situación nos enfrenta a «la división entre los que quieren continuar con el corporatismo y el keynesianismo, y los que proponen la vuelta a un capitalismo que funcione bien».