La única relación de esta entrada y la anterior es la referencia a las turbulencias, a propósito, ahora, de un paper de Richard E. Wagner, titulado «Viennese Kaleidics: Why Liberty and not Politics Calms Turbulences» (en inglés, aquí). No es matemático, pero es para expertos. Hay, sin embargo, algunas ideas interesantes para entender las maneras de salir de la crisis (las turbulencias) actual. La referencia a Viena se debe al trasfondo austríaco del autor.
Como austríaco, Wagner desconfía de los planteamientos macro. La vida es micro, empieza con la acción humana, que se da siempre en las personas y en las organizaciones concretas, en un entorno determinado. La macro está bien como simplificación (Wagner no diría que está bien, claro), pero no siempre es una buena guía para salir de la crisis.
Wagner se pregunta qué hacer, por ejemplo, cuando hay una caída de la demanda agregada. La respuesta «macro», keynesiana, sería: aumente usted el gasto público, y ya está, porque la igualdad producción = demanda (o ahorro = inversión) es la condición previa para un equilibrio. Pero Wagner hace notar que no se puede actuar directamente sobre variables macro: si, por ejemplo, el gobierno lleva a cabo un plan de obras públicas para aumentar la demanda agregada, esto incidirá sobre agentes concretos (empresas de construcción, proveedores de maquinaria, directivos del sector), en localizaciones concretas, cambiando sus decisiones, en función de la situación de su entorno. Pensar que el político es capaz de tomar las decisiones correctas sobre dónde gastar, cómo y cuándo, implica suponer que sabe cómo reaccionarán los distintos agentes, cómo influirán sus decisiones en los demás y cómo se irán sumando esos cambios hasta llevar a la igualdad entre demanda y producción, que ya no será un proceso automático. Aunque me parece que el político se preocupa más de «hacer algo», que es lo que los ciudadanos demandan (o, más probablemente, los lobbies), y esperar luego que la economía encuentre el modo de ajustarse y corregir los mismos problemas que él está creando. Y si no los corrige, pues ya haremos algo más.
Y luego está el supuesto de que los políticos tendrán los incentivos para llevar a cabo lo que es mejor para la sociedad, hipótesis muy dudosa. Y el supuesto de que las conductas de los demás no cambiarán, lo que, dice Wagner, no es verdad, entre otras razones porque habrá aprendizajes, que cambiarán conductas. Cambie usted, por ejemplo, las garantías públicas a los bancos o a sus acreedores, y cambiará usted la forma y la posición de las curvas de oferta y demanda agregada de crédito.
Wagner viene a decir que la concepción keynesiana de la economía ve a esta como una máquina que, si se estropea, puede ser arreglada por un ingeniero listo, con la información necesaria y con las mejores intenciones. Wagner opina que, más bien, la economía es una red con muchos nódulos e interrelaciones, y que la manipulación política de la red difícilmente llevará a equilibrios mejores y sostenibles. Quizás el lector no esté de acuerdo con todo lo que dice Wagner, pero, al menos, me parece que ofrece ideas interesantes sobre cómo diseñar las políticas que nos sacarán de la crisis: más humildad, menos manipulación y más confianza en los decisores privados.
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