Entre mis lecturas de verano ha caído en mis manos un paper de Kerstin Sahlin-Andersson, de la Universidad de Uppsala, titulado «Responsabilidad social corporativa: una tendencia y un movimiento, pero ¿de qué y para qué?». Me ha ayudado a entender un poco mejor por qué nos armamos un lío con la Responsabilidad Social (RS). La autora distingue tres maneras de ver la RS:
- Como un marco regulatorio, que gobierna las nuevas demandas que la sociedad dirige a las empresas. Lo justifica por los escándalos de las últimas décadas, que dieron lugar a una respuesta positiva de las empresas. Se trata, en todo caso, de regulaciones «soft», al menos cuando se las comparan con las de los Estados (que, a menudo, utilizan también esas regulaciones «suaves» en vez del ordeno y mando). El problema de las regulaciones «suaves» es que deja mucho margen a las empresas para «editar» su respuesta a aquellas demandas.
- Como una movilización de las empresas para ayudar a los Estados, especialmente en la ayuda para el desarrollo. Es como el reverso del caso anterior: los Estados se sienten impotentes para cumplir con lo que se espera de ellos, y acuden a las empresas. En este caso, estas no son los culoables que se redimen, sino los buenos samaritanos que acuden, con su potencia económica, a solucionar problemas de los países en vías de desarrollo, o de algunos segmentos desfavorecidos en los países ricos. Esa ayuda se lleva a cabo en colaboración con los gobiernos y las entidades de la sociedad civil.
- La RS como una tendencia (trend) o movimiento, parecido a otros anteriores, como la gestión de la calidad total. Promovida por la oferta, no por la demanda, y gestionada por consultores, agencias de calificación, auditores, académicos, entidades de estandarización, medios de comunicación,… Se trata, dice la autora, del desarrollo de unos modelos de dirección que toda empresa que quiera aparecer como moderna debe poner en marcha, porque le da legitimidad.
La verdad es que, cuando uno curiosea la literatura sobre RS, se encuentra con todas esas facetas (aunque me atrevería a sugerir que la segunda no es sino una versión avanzada de la primera, cuando las empresas dejan de ser reactivas y pasan a ser proactivas).
El problema es, me parece, que la tercera se conecta mal con las dos primeras. Quiero decir, cuando la empresa se plantea qué modelos de gestión debe poner en marcha para ser socialmente responsable, no está pensando directamente en cuál es su papel en la sociedad, sino más bien en un objetivo interno, motivado, claro, por las presiones del entorno, pero, en todo caso, dirigido más a una formalidad que a una respuesta directa. No sé si me he explicado bien, pero, si tengo razón, entonces estamos utilizando un mismo lenguaje (RS, stakeholders, sostenibilidad, etc.) para dos objetivos distintos, no directamente emparentados. Y así nos va.
¿El principal y fundamental motivo no es estrictamente económico?