Es verdad: la economía es fácil. Ese fue el título de un artículo mío en Comentarios de coyuntura, una publicación del IESE para sus antiguos alumnos. Alguno de ellos me ha dicho que valdría la pena llevar ese mensaje a los lectores de mi blog. Y aquí va; es un poco más largo que mis entradas habituales, pero me parece que vale la pena.
Confusión, desconcierto, incertidumbre,… Palabras muy familiares cuando un país cae en una crisis como la actual. No sabemos qué nos pasa, ni quién nos salvará (si hay alguien capaz de salvarnos),… Ahora nos toca a algunos países de la periferia de la zona euro, pero la enfermedad suele estar siempre viva en uno u otro lugar del planeta. La situación debe ser muy difícil de explicar, ¿no?
No, no lo es. La economía es fácil. A veces, la complicamos, quizás porque abusamos con los modelos teóricos y de la jerga complicada, porque nos dirigimos más a nuestros colegas que al público, o porque nos parece que esto nos dará más prestigio. Y, desde luego, suena más importante “los países periféricos de la eurozona sufren una crisis de deuda soberana” que “los acreedores temen que los deudores no podrán pagar sus deudas puntualmente”. Pero es lo mismo.
La crisis bancaria
La crisis financiera es fácil de entender. Veamos: ¿qué hace un banco? ¿Qué relaciones tiene con nosotros, los ciudadanos? Tres cosas. 1) Guarda el dinero que depositamos en la entidad. 2) Nos ayuda a gestionar los medios de pago con la domiciliación de cobros y pagos y el uso de tarjetas de crédito y cajeros automáticos. Y esta es una tarea importante: pensemos cómo sería la vida si, durante unos cuantos días, no pudiésemos cobrar ni pagar a través de banco, o con cheque, o con tarjeta de crédito, ni sacar dinero, etc. 3) Si lo necesitamos, el banco nos concede crédito.
Ahora veamos estas operaciones desde el punto de vista del banco. Nuestro depósito es un pasivo del banco, y nuestro crédito es un activo. El banco debe ser siempre solvente, es decir, el valor de sus activos debe ser mayor que el de sus pasivos. Pero sus activos pueden perder valor: el cliente que pidió un crédito hipotecario puede no pagarlo, y si entrega la vivienda en pago de su hipoteca, la casa puede perder valor. El banco seguirá siendo solvente si la diferencia entre el valor de sus activos, que se ha reducido, y el de sus pasivos, que no se ha reducido, sigue siendo positiva. Esa diferencia son los fondos propios del banco: capital más reservas.
Para gestionar la liquidez de sus clientes, el banco debe guardar liquidez o tener acceso a fuentes rápidas y baratas de liquidez. El banco tiene abierta una cuenta corriente en el banco central, para guardar su liquidez (como nosotros hacemos con nuestro banco), y tiene acceso al crédito del banco central (como lo tenemos nosotros con nuestro banco).
Todo esto queda reflejado en el balance de un banco, que presentamos aquí de forma muy simplificada, pero suficiente para entender cómo se produce una crisis bancaria.
Balance de un banco
Activo Pasivo
Liquidez Depósitos y otros pasivos
Créditos y valores Crédito del banco central
Inmuebles Fondos propios
A la vista de este balance, ¿qué problemas puede tener un banco? En primer lugar, un problema de liquidez: que sus clientes de pasivo (Depósitos y otros activos) retiren su dinero, de modo que el banco se quede sin liquidez. Esto tendrá lugar si esos clientes piensan que el banco no podrá atender a sus obligaciones con regularidad, y se escenifica en una cola de clientes que se proponen retirar sus depósitos: lo que suele llamarse un “pánico bancario”.
Otro problema es que sus activos pierdan valor: que los titulares de los créditos no puedan pagar (morosidad) o que la valoración de sus valores e inmuebles se reduzca rápidamente, hasta el punto de que el valor de los activos del banco sea inferior a sus pasivos, es decir, los Fondos propios del banco desaparezcan (o, al menos, que el público tema que esta situación se pueda presentar a corto plazo). Este es un problema de solvencia.
Lo que acabamos de decir explica casi todas las situaciones de crisis bancaria que hemos observado en la historia, también en los años recientes. La cola de clientes la vimos en Northern Rock, en el año 2007, y ha habido otras colas, menos visibles pero no menos peligrosas, cuando otros acreedores han decidido dejar de prestar a un banco y han optado por retirar su dinero. La solución inmediata a un problema de liquidez es ofrecer liquidez abundante al banco, mediante un crédito del banco central que, al menos, permite comprar tiempo, hasta poner remedio al problema de fondo que hace que los acreedores hayan perdido su confianza en la entidad financiera. Hay otras soluciones, como vender activos, pero en medio de una crisis financiera es probable que los mercados de activos se hayan cerrado, como ocurrió en todo el mundo a mediados de 2007, cuando estalló el problema de los activos tóxicos.
Cuando un banco tiene un problema de solvencia, el crédito del banco central no es útil: lo que hace falta es que entren nuevos propietarios, que aporten fondos propios a la entidad. Y si no son accionistas privados, tendrá que hacerlo el Estado. Y si el Estado nacional no puede hacerlo, quizás haya que recurrir a prestamistas exteriores, como los Fondos creados por la Unión Europea, en el caso de España en junio de 2012.
Pero, me dirá el lector, la vida es mucho más compleja que todo esto. Sí, pero no mucho más compleja: cambian los detalles, pero la historia es la misma. En la crisis de las subprime asistimos a un problema de solvencia (pérdida de valor de unos activos), que llevó a una crisis de liquidez (los acreedores retiraron su dinero de muchos bancos), que pronto volvió a ser una crisis de solvencia (cuando cayó la valoración de los activos de esas u otras entidades financieras, por la crisis inmobiliaria y la morosidad de sus clientes, y también por el mayor riesgo de la deuda soberana que esos bancos poseían).
La crisis de la deuda soberana
Cambiemos de ejemplo. Imaginemos ahora una familia que, confiando en el crecimiento de sus ingresos futuros, lleva a cabo inversiones cuantiosas y aumenta su gasto; su deuda crece rápidamente. En algún momento, el servicio de la deuda (pago de interés más devolución del nominal) empieza a crecer más aprisa que los ingresos, de modo que ese hogar tiene que endeudarse más y más cada mes. Los acreedores empiezan a preocuparse por lo que va camino de convertirse en una espiral de deuda sin fin, de modo que ponen dificultades para seguir prestando a esa familia, con tipos de interés más altos (por la prima de riesgo), que agravan aún más el problema. Además, empiezan a caer los ingresos de la familia, dificultando el servicio de la deuda y acentuando la expectativa de que, si esto no se corta inmediatamente, la proporción de la deuda sobre los ingresos crecerá de forma explosiva.
Llegados a este punto, la familia acudirá a sus acreedores y les pedirá ayuda. Y estos, si quieren evitar su quiebra, le impondrán condiciones rigurosas de reducción de sus gastos y aumento de sus ingresos, quizás también la venta de parte de su patrimonio. Y aquí se planteará, problablemente, un conflicto: la familia querrá que los acreedores aflojen su presión, le sigan prestando y, probablemente, le perdonen parte de su deuda, mientras que los acreedores exigirán más reducciones de gastos y aumento de ingresos, aparte de querer controlar directamente las cuentas de la familia, para comprobar que cumplen escrupulosamente todo lo que ellos le piden.
El problema se complica cuando, además, la familia acude a sus parientes para pedirles ayuda: para empezar, les pedirá la máxima ayuda posible, pero ellos no querrán prometérsela hasta comprobar que la familia hace todo el esfuerzo posible, sospechando que, si prometen una ayuda pronta y generosa, la familia se relajará y dejará de reducir sus gastos. En esas circunstancias, el humor de los acreedores fluctuará entre la esperanza de que todo se arregle bien y pronto, el temor a que los parientes no quieran seguir ayudando, y el pánico ante la posibilidad de que, si los parientes se deciden a ayudar hasta el final, el volumen de deuda que asuman sea demasiado grande, y todos acaben en una quiebra espantosa.
El lector ya puede poner nombres a los protagonistas de nuestra historia. La familia es Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia,… Los acreedores son los tenedores de la deuda soberana de esos países. Los parientes son la Unión Europea o, si se prefiere, Alemania, que es el pariente más rico y el que está en mejores condiciones de ayudar a los demás,… si quiere, o sea, si comprueba que sus parientes endeudados están haciendo todo el esfuerzo necesario y están dispuestos a seguir sus instrucciones a rajatabla. Y la quiebra de todos es la ruptura del euro.
La economía es fácil: basta con entender cómo funciona un banco y cómo maneja una familia sus problemas financieros (con algo de psicología y de política, para tener en cuenta las reacciones de los parientes). Pero no se confíen, porque las cosas se complican. Los problemas de los bancos y la austeridad del gobierno agravan la recesión, lo que reduce los ingresos del gobierno, aumenta sus gastos y se reduce el valor de los activos de los bancos, incluyendo la deuda soberana que estos han comprado. De modo que la recesión de familias y empresas se potencia con los problemas de liquidez y solvencia de los bancos y con las dudas sobre la solvencia de los gobiernos. Todas las crisis están conectadas. Pero, en el fondo, no es más difícil que entender que una dolencia de corazón puede tener que ver con una insuficiente respiratoria y un problema renal.
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