Tras el anuncia de Ben Bernanke, el Chairman de la Reserva Federal norteamericana, de que pondría en marcha una nueva dosis de quantitative easing (QE3), o sea, compra de bonos para inyectar liquidez a la economía, después de un anuncio similar de Mario Draghi en el Banco Central Europeo hace unos días, afloran las dudas sobre la adecuación de esas medidas (aquí, en el Financial Times de hoy, en inglés).
La clave es la importancia que Bernanke da a la bolsa como mecanismo de transmisión de la política monetaria. Esto significa tres cosas: que el mercado bursátil se va a beneficiar de ello (ya ha empezado a hacerlo), que el impacto será duradero (porque la Fed pondrá dinero encima de la mesa para lograrlo) y, sobre todo, que no hay ninguna evidencia de que esto vaya a mover a las empresas a producir más y contratar más trabajadores. Y, como dice alguno de los expertos mencionados en el artículo, si esos efectos sobre la economía real no se notan en unos pocos meses, la reacción de los mercados puede ser desordenada. «El riesgo es que estamos ahora un paso más cerca de darnos cuenta de que estas cosas no funcionan». Y esto vale también, claro, para el Banco Central Europeo.
«Este puede ser el última hurra para los esímulos monetarios. En algún momento los mercados empezarán a preguntarse sobre el estado de la economía global y las perspectivas económicas de las empresas, más que sobre los discursos de los bancos centrales».
Me parece que necesitamos una cura de humildad. La política monetaria no es omnipotente.