Expansión dedica la última página de su edición de hoy a una entrevista a Alessandro Benetton, el hijo mayo de Luciano, que ha vuelto a la empresa familiar tras 20 años dedicado a sus negocios personales. Me ha atraído el titular, «Los sentimientos son peligrosos en la empresa», pero es solo una frase en la entrevista, en un momento en que explica que, para tomar decisiones, hace falta algo más que sentimientos: conocer la empresa y su historia, dice él (y seguramente más cosas, que la periodista no pudo incluir).
Pero lo que quiero subrayar aquí es otra idea. Una de sus primera decisiones al frente de Benetton fue sacarla de la bolsa de Milán. ¿Por qué?, le pregunta la periodista. «Necesitamos repensar nuestro futuro. Los resultados a corto plazo que piden los inversores no son compatibles con el cambio a largo plazo que necesitamos poner en marcha».
Llevo ya una larga temporada escuchando argumentos como este, cada vez con más insistencia. Colegas economistas y financieros: ¿no ha llegado la hora de repensar la teoría que nos llevó a aplaudir la maximización del valor para el accionista, con sus consecuencias, como el enorme poder que hemos dado a los altos ejecutivos (con la esperanza de que actuasen en beneficio de los accionistas, y no en beneficio propio); la dependencia que las decisiones de las empresas tienen de lo que decide la bolsa, como denuncia Alessandro Benetton; la tiranía de los analistas financieros, que deciden cuánto debe crecer la cotización de una empresa, y que obligan a la dirección, de algún modo, a condicionar su estrategia para seguir manteniendo sus cotizaciones de acuerdo con esas expectativas de los analistas (y, si hace falta, a tomar decisiones inconvenientes, a mentir, a «cocinar los libros», como dicen los anglosajones,…?
No puedo estar más de acuerdo con la propuesta de poner en cuestión la maximización de valor del accionista, tal y como se concibe mayoritariamente hoy en día. El objetivo de creación consistente (por favor, ahorrémonos el neologismo de»sostenible») de valor a largo plazo. Ello introduce dos nuevos conceptos: valor creado (no sólo encaminado hacia el accionista, sino también hacia la empresa como entidad, los trabajadores y la sociedad) y creado a largo plazo (es decir, basado en «los fundamentos» en lenguaje bursátil, y no en las fluctuaciones). Probablemente ello nos ahorrara un factor de crisis y desestabilización en los mercados.
A mi juicio, la inversión más sana (en todos los aspectos) es la que se dirige a proyectos, a ideas, a sueños y realidades empresariales reales, no a aprovechar los arbitrajes que surgen de la complejidad, globalidad y rapidez de los mercados financieros. El lucro a corto plazo no es valor creado, es mera apropiación de valor.
¡Extraordinario! Un esfuerzo más (aunque deberíamos hacer muchos más), para hacerle frente a la cultura del vértigo y la volatilidad que no nos deja apoyar los pies en tierra firme para caminar hacia el crecimiento. Felicitaciones…