The Family Watch se hace eco de un libro escrito por una madre norteamericana que vive en París, sobre las diferencias en cómo educan las norteamericanas y las francesas a sus bebés. El libro de llama «Cómo ser una mamá cruasán». No he leído el libro, pero me gustan algunas de las ideas que salen en el artículo (aquí).
El origen de todo está en la constatación de que los niños franceses se comportan educadamente en los restaurantes, comen de todo, duermen toda la noche desde los cuatro meses, no piden cosas constantemente y saben jugar solos mientras sus padres charlan con otras personas. El secreto, dice, está en educar al niño «con límites pero dentro de la afectividad, con conexión y apego, enseñándoles a gestionar la frustración». «El bebé tiene que aprender que forma parte de la vida de la familia, pero lentamente, con cariño y con dulzura. (…) El bebé necesita tener un cierto orden en la vida, no perfecto, pero que sea claro».
«En Estados Unidos, dice la autora del libro, Pamela Druckerman, es muy común hacer comida diferente para el niño durante los primeros años (básicamente macarrones y pasta) (…) En Francia no, toda la familia como el mismo menú». A los niños se les da a probar todo; si no quieren verdura para comer, no se les fuerza, pero la verdura volverá a aparecer a la hora de la cena, o mañana. «Los franceses piensan que a comer uno aprende gradualmente, y que es su responsabilidad como padres enseñar a sus hijos este gran placer, que hace mucho más ricas sus vidas». Asimismo, «los padres franceses no dejan llorar mucho tiempo a sus bebés, pero sí esperan un ratito para ver si estos pueden conectar una fase del sueño con otra».
No soy un experto en educación infantil, pero esos consejos me recuerdan mucho a lo que viví en mi infancia. Si estos temas me interesan ahora es porque la adquisición de hábitos (en la vida moral, virtudes) sigue la misma pauta. O sea, las virtudes a aprenden desde pequeño, al lado de los padres.
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