En la entrada anterior me he referido a las aportaciones de Aldo Olcese sobre gobernanza y Responsabilidad Social (RS), en la Sesión de Continuidad de ayer, en Madrid. Ahora añadiré algunas ideas mías, que expuse telegráficamente, sobre las relaciones entre la RS de las empresas y la Inversión Responsable (IR). Algunas son resultado de trabajos empíricos, otras son solo hipótesis.
- ¿Tienen en cuenta los inversores los criterios de IR y la información de RS que reciben de las empresas emisoras? Parece que lo hacen de forma muy limitada: manifiestan un interés general, pero no preguntan en las presentaciones de las empresas.
- ¿Son activos en la búsqueda de información y qué información buscan? Principalmente medioambiental (porque es fácil de medir y porque se ve su conexión con los resultados de la empresa: costes, riesgos, etc.) y de gobernanza (por la misma razón). Los temas sociales y la filantropía no interesan tanto, sobre todo porque no se sabe qué hacer con ellos: ¿qué resultados puede tener sobre los beneficios o sobre la cotización de acciones una política activa de inclusión social o un donativo a una ONG para construir un hospital en otro país? Las acciones concretas -ese donativo a una ONG- no son relevantes para los inversores.
- ¿Dónde encuentran esa información? Su fuente natural es la Oficina de relaciones con el inversor o la Secretaría del Consejo de Administración. Pero su fuente natural es el director de RS, que seguramente habla otro lenguaje y tiene otras preocupaciones.
- ¿Es inteligible, útil y aplicable esa información? Probablemente, poco: el inversor no sabe aplicar esa información en modelos de riesgo o de flujos de caja descontados.
- ¿Es fiable? Poco, aunque se presente en una memoria de acuerdo con los criterios GRI y debidamente auditada. Es la empresa la que elige sus acciones de RS y la información que va a dar sobre ellas. No se discuten las implicaciones de los temas sociales, medioambientales y de gobernanza sobre la estrategia de la empresa; no se explicitan los recursos financieros y humanos que se dedican a esos temas, y los procesos de valoración son poco transparentes. Al final, la credibilidad de las empresas «honradas» no es fácil de demostrar.
- El plazo relevante para esa información (largo, casi siempre) no coincide con el plazo relevante para las decisiones financieras (muy corto).
- Es probable que se produzca una falta de entendimiento entre inversores y emisores. La empresa no suele entender lo que quiere el inversor socialmente responsable; «le parece» que lo sabe, pero no está claro, entre otras razones porque hay muchos tipos de inversores distintos, y estos no explican qué esperan de las empresas. Y, por otro lado, los inversores no entienden bien qué quieren las empresas con sus estrategias de RS (también porque no hay dos empresas que quieran lo mismo); «les parece» que lo entienden (sobre todo si suponen que las empresas seguirán interesadas en maximizar los beneficios), pero esto no es creíble. Tampoco entienden cómo se genera la información social, medioambiental y de gobernanza que proporcionan las empresas y cuáles son las limitaciones de las conclusiones a las que se puede llegar con ella.
- Moraleja: hay mucho, mucho que hacer en este campo. Las empresas deben averiguar qué información desean o esperan los inversores, y proporcionársela; deben explicarles también qué información les dan y por qué, y por qué piensan que esa información es relevante para las empresas y/o para los inversores. Deben dársela también en la forma que los inversores necesitan (muy distinta de la de los informes que preparan los departamentos de relaciones públicas, aunque sigan las reglas de la Global Reporting Initiative).
- Y los intermediarios deben ponerse a trabajar para cerrar esas brechas de información. Porque, en definitiva, son ellos los que reciben la información de las empresas y la manipulan para darla a los inversores. Y esto puede introducir también sesgos importantes.