En su entrevista del domingo 18 de noviembre en El País a la que aludo en una entrada anterior, Dilma Rousseff, la Presidenta de Brasil, hace algunas consideraciones sobre su evolución ideológica y política, que es también la de muchas personas de su época, y que deberían orientarnos también en la actualidad. Reconoce el idealismo y la buena voluntad de aquella generación joven que, en los años 70, se movilizó contra la dictadura, como lo hizo en España en los mismos años.
“Puede que aquellos métodos [la lucha armada] no condujeran a nada, no tuvieran futuro y constituyeran una visión equivocada sobre la salida de la dictadura (…) Con los años he comprobado nuestro exceso de ingenuidad y romanticismo y nuestra falta de comprensión de la realidad. No percibíamos que esta era mucho más compleja, que podía haber diferentes soluciones de futuro”. Y esto vale para todas las generaciones y para todas las circunstancias, también para nosotros, aquí y ahora.
Dilma Rousseff no explica directamente cómo resolver este problema, pero, en otro lugar de la entrevista, ofrece lo que, me parece, puede ser una buena vía: el diálogo.
Hablando, por ejemplo, de los conflictos surgidos con los ecologistas y las comunidades locales acerca de las obras hidráulicas en el Amazonas, Rousseff dice: “La única manera de abordar este tema es realizar audiencias públicas, tantas cuantas sean necesarias. Hicimos hasta 25 para las presas de San Antonio y Jirau. Pero organizar un diálogo no significa pasarse un siglo discutiendo. Los ciudadanos tienen que aceptar lo que es razonable, exigir que las empresas privadas cumplan con sus compromisos y, finalmente, asumir que llega un momento en el que el propio debate se acaba”. Y, más adelante, “los países complejos como los nuestros exigen diálogo y participación. La experiencia dicta que es bueno plantar cara a los conflictos”. Tomemos nota.