He asistido durante un par de días al II Congreso de Responsabilidad Social, Ética y Desarrollo organizado en Bogotá por la Fundación El Nogal. La organización ha sido excelente, ha habido buenas conferencias y unos cuantos paneles orientados a temas concretos, con participación de expertos, políticos, empresarios, ONGs, etc. Me ha llamado la atención el énfasis que se ha puesto en lo que podríamos llamar la dimensión cívica (¿social?) de la responsabilidad de las Empresas.
Puede que sea una consecuencia de peculiaridades de la historia reciente de Colombia, como la guerrilla, el narcotráfico o la corrupción, pero se ha insistido mucho en que las empresas (y todas las organizaciones, y aun todos los ciudadanos) asuman los retos nacionales: la construcción de una nueva Colombia en paz (tema recurrente en el Congreso), la necesidad de que las empresas (y todos los demás) se impliquen no solo en su responsabilidad definida del modo convencional (empleados, clientes, medioambiente,…), sino incluyendo factores como la lucha activa contra la corrupción, la creación de una ética cívica, la mejora del sistema educativo o una reforma fiscal que sea efectivamente un factor de impulso para el país. Como decía uno de los panelistas, hay que preservar hábitos sociales profundos, que se conviertan en leyes, y que las leyes se cumplan.