Varias veces he recogido en este blog la idea de que la crisis financiera de estos últimos años tiene unas raíces más profundas que las de un simple desequilibrio transitorio, por profundo que este haya sido. Por eso me gusta leer a los que sostienen tesis parecidas. Sí, ya sé que esto puede ser muy peligroso, porque uno acaba convencido de aquello de lo que se quiere convencer. Y, además, la evidencia empírica sobre la existencia de «cambios estructurales profundos» en los sistemas económicos nunca será completa, porque uno selecciona aquellos argumentos que le vienen bien y, lo quiera o no, da menos valor a los que contradicen su tesis. O sea: el lector ya está prevenido de que lo que voy a decir ahora es, simplemente, una hipótesis.
La idea la he encontrado en un documento sobre «La ilusión de la máquina perpetua de hacer dinero», de Didier Sornette y Peter Cauwels, del Swiss Federal Institute of Technology de Zurich (aquí, en inglés). Su tesis es la que he tomado como título de esta entrada: algo cambió hace ahora unos 30 años, que nos llevó a pensar que habíamos encontrado la máquina de «hacer dinero», no en el sentido de la creación de dinero por el banco central (imprimir billetes), sino en el de «hacer dinero» a partir de otras fuentes. Por ejemplo: no tiene sentido, afirman, que una economía que crece un 2-3% anual (como las de los países desarrollados en las últimas décadas) pueda generar un rendimiento financiero del 10-15%, como se nos prometía. Algunos argumentos suyos sobre ese tema son los siguientes:
- Desde mediados de los 80, el consumo creció más rápidamente que la renta (los salarios), gracias a la reducción del ahorro, a la extracción de renta sobre el precio de las viviendas y, principalmente, al crecimiento del crédito.
- El crecimiento de la deuda se observa en todos los componentes de la economía nacional de los países ricos: familias, empresas y gobiernos, desde los años 80.
- El balance de los bancos experimenta una explosión desde mediados de los ochenta –claro, porque ellos son los principales financiadores de la deuda mencionada antes.
Sornette y Cauwels relacionan ese «cambio de régimen» con la aparición de muchas burbujas, en muchos mercados. Siempre se han producido, pero en estos 30 años con mucha más frecuencia, y enlazadas unas con otras. Y ofrecen muchos argumentos sobre esto.
«Hace 30 años, concluyen, nuestro sistema económico y financiero cambió de uno basado en el crecimiento de la productividad a otro basado en el crecimiento de la deuda. En consecuencia, esas tres décadas se han caracterizado por el continuo verse enredado de los mercados financieros, los bancos centrales y los ministros de finanzas en un tango de manías y pánicos [manías que crearon las burbujas, según la frase de hizo famosa Kindleberger, y pánicos cuando pincharon aquellas burbujas]. Este proceso se ha visto alimentado por unos niveles de deuda crecientes».
La conclusión de los autores no es optimista: la continuación de las burbujas y sus explosiones, si no somos capaces de cambiar el rumbo de nuestras economías; el sometimiento a las máquinas financieras, que toman decisiones en vez de los humanos y que provocan aquellas burbujas y sus consiguientes pánicos, y un nivel imparable de deuda pública, sobre todo cuando tenemos en cuenta los cambios demográficos que ya estamos sintiendo.
«Necesitamos crecimiento real, no financiero, basado en infraestructuras, innovación, tecnología y creatividad, y alimentado con vigorosas inversiones en capital humano, investigación y desarrollo. Lo cual es más difícil de decir que de hacer, en un mundo cuya capacidad para innovar y para crecer está ahora empantanada por sobrecapacidad, sobreendeudamiento, un sistema bancario sobredimensionado y monopolista, un sistema fiscal obsoleto, incentivos sociales perversos y la influencia de lobbies que paralizan los cambios necesarios». La conclusión es demoledora, ¿no? Pero ellos acaban con dos detalles de optimismo: cambiando los incentivos podemos cambiar las conductas (estoy de acuerdo), y podemos mejorar nuestros sistemas de control y supervisión (lo que, como ellos han dicho antes, es más fácil de decir que de hacer).
¿Cuál es el valor del dinero?
Después de Bretton Woods, nada. Vale lo que desean que valga quienes lo fabrican.
El Contrato Social del Sr. J.J. Rousseau…, vamos mal.
¡¡Vuelta a John Locke en su estado puro!!