Antonio Vives me envió la adjunta viñeta, publicada en el blog del The Economist. Recoge un supuesto diálogo entre Jesús y sus apóstoles, en el que se va comprobando que la solidaridad que propone Jesús lleva al fracaso: los apóstoles dan comida a los hambrientos… y arruinan la agricultura local; dan vestido a los pobres… y arruinan la industria de la confección local… Al final, Jesús decide que, en vez de ayudar, se vendan esos productos, a precios (justos) de mercado.
Como argumento liberal está muy bien, pero presenta alguna limitación, algo explicable si se trata de dar un mensaje en unas pocas imágenes. ¿Cuál es el problema que se trata de resolver? ¿Que la gente tiene rentas, pero no tiene acceso a los alimentos o al vestido? Vendámoselos. ¿Que los pobres no tienen comida ni rentas o bienes para pagarlas? Entonces no hay venta posible: hay que darles lo que necesitan. Pero, me dirá el lector, con esto puedo fomentar la mendicidad, que esta gente no quiera trabajar, porque es más rentable vivir de la caridad. Entonces hay que ponerles condiciones: que muestren su disposición para trabajar, que contraigan una deuda con la sociedad que tengan que devolver en el futuro (algo así se supone que hacemos con los estudiantes, esperando que devuelvan a la sociedad en el futuro lo que hayan ganado gracias a sus estudios hoy subvencionados), etc. Sí, ya sé que esto lleva a la burocracia e incluso a la arbitrariedad, pero… en este mundo las decisiones son siempre difíciles. Tenemos ante nosotros dos bienes: ayudar a una persona en necesidad manifiesta frente a impulsarle a asumir la responsabilidad de su propio futuro con independencia de la caridad de otros.
El relato evangélico se puede entender mal, y muchos lo entienden mal, empezando por The Economist. Ante una multitud que ha salido al monte a escucharle, Jesús no dice a sus apóstoles que renuncien a su comida para dar de comer a los hambrientos, sino que multiplica el pan milagrosamente: nadie se arruina para beneficiar a otros. Ni tampoco crea «adicción al milagro», porque no resuelve el problema del hambre de cada día, sino que hace un generoso regalo de una sola vez, que no pone en peligro a la industria alimentaria local. En otro relato, una mujer pide a Jesús que le resuelva el problema de abastecimiento de agua para siempre, pero Jesús no se lo resuelve: tendrá que volver cada día al pozo, a buscarla, porque es capaz de hacerlo. Jesús cura a muchos enfermos, pero no arruina a los médicos, que no sabían cómo curarles (hay un relato de la curación de una mujer con flujo de sangre, que dice esto: había perdido su fortuna con médicos, sin ningún resultado).
La viñeta de The Economist no es un argumento contra la caridad. En todo caso, es una llamada de atención sobre el Estado del bienestar. Una cosa es dar de comer a los que hoy tienen hambre (catástrofe humanitaria), otra distinta es proporcionar rentas a los que nunca podrán tenerlas (los jubilados sin derecho a pensión, por ejemplo), y otra muy distinta es proporcionar rentas gratis a los que podrían ganárselas por su cuenta.
Además de desafortunada y poco inteligente, porque hasta los más pudientes requieren ayuda para salir adelante de crisis temporales. Supondría también, una posición sumamente mecanicista, impropia para la convivencia social y la categoría humana. Seguramente, en una sociedad de autómatas podría funcionar ese modelo, de otro modo no se explica el planteamiento. Un tremendo error, sobretodo en los momentos en que los países y sociedades del mundo requieren la ayuda y confianza mutua. De esta realidad no se escapa ni EEUU.
La viñeta no solo me parece irreverente sino también distorsionadora del sentido cristiano de la caridad hacia los necesitados. San Pablo, a pesar de llevar una intensa actividad misionera, se jactaba de trabajar con tesón, proveyendo personalmente a su sustento (cf ITes 2,9); y cuando sabe que en una comunidad algunos pretender vivir a costa de los demás eludiendo al trabajo, lo reprueba duramente, declarando: “el que no quiera trabajar, que no coma” (IITes 3,10).