La necesidad de unos nuevos Pactos de La Moncloa reaparece periódicamente con motivo de la crisis actual. Para los jóvenes que no saben de qué van, fueron los pactos firmados por todos los partidos políticos con representación parlamentaria después de las primeras elecciones democráticas, en 1977, acerca de los puntos principales de la política económica que debía regir en el corto y largo plazo en la recuperación de la economía española y en la reafirmación de la democracia. Hoy me parece un objetivo deseable, pero lo veo muy difícil.
En 1977, prácticamente todos los parlamentarios y, desde luego, los miembros del gobierno, no habían participado en la política económica anterior, de modo que podían afirmar que no tenían ninguna responsabilidad en lo que había pasado durante la primera crisis del petróleo. Esto hoy en día ya no vale; de ahí el continuo cruce de acusaciones entre gobiernos, oposiciones y observadores. Unos pactos ahora exigirían un cierto silencio sobre el pasado, lo que parece poco probable, dado el carácter barriobajero de las discusiones políticas y mediáticas actuales (y si silencio significa pasar página sobre responsabilidades, me parece que la ciudadanía no lo aceptaría).
En 1977, nadie sabía lo que nos pasaba, excepto unos pocos economistas, entre los que destacaba Enrique Fuentes Quintana, que era el flamante Vicepresidente del gobierno y Ministro de Economía, y su equipo. Por tanto, en los Pactos de La Moncloa se partió de un diagnóstico casi incontrovertido (con la excepción marginal de algunos partidarios de la economía comunista). Hoy en día, todo el mundo tiene sus diagnósticos, sus recomendaciones y sus propuestas, de modo que es casi imposible alcanzar un consenso, al menos en un periodo relativamente breve.
En 1977, todos los partidos partían prácticamente de cero; no había elecciones a la vista en los próximos cuatro años (aún no había autonomías), ni siquiera había una Constitución, de modo que todos tenían las mismas posibilidades (al menos, en teoría) y muchas incertidumbres sobre el futuro de sus propias formaciones políticas. Hoy en día, estamos en campaña casi continua, de modo que no hay manera de disponer de un poco de calma para pensar en el futuro.
En 1977, los parlamentarios eran conscientes de que se jugaban la democracia en España, como el 23-F puso de manifiesto poco después. Por tanto, aun con muchas presiones para hacer política a corto plazo, todos tenían un interés claro en el largo plazo. Hoy en día, nuestra clase política se caracteriza por su cortedad de miras.
En 1977, todos reconocían que había un montón de reformas que introducir, y que Europa era la meta. Hoy muchos políticos no quieren oír hablar de reformas, y ya estamos en Europa.
Como consecuencia de todo lo anterior, me parece que no podemos esperar unos nuevos Pactos de La Moncloa. Claro que hacen falta, como el pan para comer. Pero nuestros políticos no están en la labor. Me parece que los ciudadanos tendremos que ayudarles. Leí una vez que, hace muchas décadas, los Cardenales reunidos en Roma para elegir un nuevo Papa no se ponían de acuerdo, de modo que, al cabo de mucho tiempo, la autoridad civil les cortó el suministro de alimentos. Asombrosamente, el acuerdo llegó muy pronto. ¿Podemos hacer algo así en 2013?