Ya he dicho unas cuantas veces (y pido perdón por repetirme tanto) que la salida de la crisis no depende solo, ni casi diría que principalmente, de las políticas macroeconómicas. Me gustó encontrar este mensaje, con un ropaje distinto, en un artículo de VOX, un foro en que colaboran economistas de primera fila. El artículo es de Giancarlo Corsetti, Philippe Martin y Paolo Pesenti, y trata de cómo reducir el déficit por cuenta corriente, que fue uno de los principales quebraderos de cabeza de la economía española cuando empezó la crisis (aquí, en inglés). Explican que, cuando un país es deudor, o sea, tiene déficit corriente con el exterior, debe generar recursos para pasarlos al acreedor. Lógico, ¿no? El que vive por encima de sus posibilidades tiene que pagar al que le ha prestado el dinero.
La manera normal de hacer esto es reducir la demanda nacional, mediante una depreciación real, que encarece los productos extranjeros y abarata los productos nacionales, generando un aumento de exportaciones y una reducción de importaciones. Problema: esto es caro, y puede ir acompañado de una recesión importante. En nuestro caso, además, no podemos depreciar nuestra moneda (el euro español, digamos), de modo que debemos utilizar otros instrumentos, como la moderación salarial y la sustitución de cotizaciones sociales (un coste para nosotros) por el impuesto sobre el valor añadido.
Nuestros autores señalan que hay otro mecanismo para conseguir este efecto, que ellos remontan al economista sueco Bertil Ohlin. Consiste en «la capacidad del país para crear nuevas variedades de bienes comercializables«, es decir, de bienes que compran los extranjeros (exportaciones) o que compiten con éxito con lo que nosotros les compramos a ellos (importaciones). «Para facilitar el ajuste, dicen, la política económica debe orientarse hacia los obstáculos a la entrada de nuevas empresas, los costes de inicio de un negocio y los incentivos para la diferenciación de productos (…) En las actuales circunstancias, la política debe dirigirse a las restricciones crediticias sobre la inversión y a la actividad de las empresas orientadas a conseguir liquidez y resolver los problemas de balance que tienen con los bancos».
«Nuestra historia no niega que haga falta una cierta depreciación real», dicen. Pero tiene sentido. Me parece que, de alguna manera, esto lo venimos practicando los españoles desde hace años, cuando basamos nuestra capacidad exportadora no en los costes -en lo que tienen clara ventaja docenas de países, desde China y Filipinas hasta Brasil y Ghana-, sino en la innovación, la calidad, el servicio…