El Financial Times del 23 de febrero tiene, en su suplemento semanal, un interesante artículo de John Lloyd (aquí, en inglés), comentando dos libros recientes, de esos que nos gusta dedicar de vez en cuando, a criticar nuestra sociedad y a proponer modos de mejorarla.
Un libro es el de Geoff Mulgan, The locust and the bee: Predators and creators in capitalism’s future (no lo he leído, aunque el autor del artículo lo elogia mucho). Vuelve sobre la vieja idea de que el capitalismo se ha ido deformando, hasta convertirse en un peligro y, por tanto, que habría que lograr que su poder se viese sujeto a «fines sociales«. El problema, según Mulgan, es que las cúpulas de las grandes empresas se han ido divorciando de la economía real. Las propuestas de Mulgan, según Lloyd, van hacia el reconocimiento de que el valor monetario no es el fin, sino un medio para llevar «una vida de cooperación, felicidad, amistad y amor», frente a una economía que se orienta a los bienes, no a las relaciones; a hacer, más que a tener, y a producir, más que a mantener.
El otro libro es Firm commitment: Why the corporation is failing us and how to restore trust in it, de Colin Mayer, y se enfoca más directamente en la empresa: un formidable instrumento que, sin embargo, se ha ido transformando de servidor en monstruo. «No es una exageración, dice Mayer, que por negligencia, incompetencia, codicia o fraude, las empresas son una amenaza para nuestra supervivencia y la del mundo en que vivimos». Mayer pone énfasis en el cortoplacismo de la decisiones empresariales, gobernadas, en buena medida, por inversores que no están ni de lejos en la longitud de onda de quien se considera propietario de una empresa y, por tanto, responsable de sus actuaciones y omisiones. Lloyd menciona los efectos deletéreos de las fusiones de empresas sobre su cultura, su ética y el bienestar de sus empleados y consumidores, poniendo el ejemplo de la compra de Cadbury (la foto adjunta es de una planta de esta empresa en 1954) por Kraft.
No cabe duda de que este tema nos seguirá ocupando en el futuro. Mayer hace propuestas que pasan, sin duda, por un cierto papel de control del Estado, vía cambios en el estatuto de las empresas grandes. Tengo mis dudas de que el aparato estatal (parlamento, gobierno, qué sé yo) sea capaz de tener la claridad de mente y la seguridad de pulso que esto exige -aunque me gusta la idea de Mayer de que «no hay un modo único de organizar la economía»: ¡viva la libertad! Me parece que ya he manifestado otras veces mi perplejidad, que presentaría así: en una sociedad moralmente equilibrada, ¿han sido las grandes empresas las que han introducido las distorsiones que ahora sufrimos? ¿O ha sido una sociedad ya distorsionada -individualismo, emotivismo, relativismo…- el caldo de cultivo en que han florecido aquellas conductas perversas? Dicho de otra manera: si arreglamos las empresas, ¿desaparecerán los males de la sociedad? ¿O hay que empezar por arreglar a la sociedad? ¿O quizás habrá que atacar por ambos frentes?