Habia titulado así mi artículo de hoy en El Periódico, pero resultaba demasiado largo y se ha quedado en «Mal mercado de trabajo» (aquí). Está claro, ¿no? Tenemos buenos trabajadores. No todos, por supuesto, pero sí la gran mayoría: «Dios qué buen vasallo, si tuviera buen señor», decían del Cid Campeador. Mi razonamiento se basa en los buenos resultados de nuestras exportaciones, la capacidad de adaptación a entornos difíciles, el recuerdo de aquellos españoles que fueron a Alemania hacia media siglo, sin saber alemán, viviendo en condiciones precarias, lejos de la familia…
Esto es un rodeo, ya lo entiende el lector, para preguntarme: ¿por qué tenemos tantos parados en el país? ¿Porque son vagos, ineficientes, incumplidores, desleales…? Los habrá, sin duda, pero ya he dicho que esto no vale para la gran mayoría. Vayamos, pues, a la ciencia económica: si hay desequilibrio en un mercado (exceso de oferta, en este caso: demasiados parados), no parece que sea por falta de capacidad de la oferta. La demanda ha caído, claro, pero tampoco es esta la respuesta final. Ya está: tenemos un mal mercado de trabajo.
Y es verdad. Recuerdo en el artículo un ejemplo, que he citado muchas veces, de un amigo mío a quien su padre recomendó, allá por los primeros años ochenta, que plantease el crecimiento de su empresa con máquinas, no con hombres. ¿Porque estos son malos trabajadores? No: porque el mercado no está preparado para ayudar a las empresas, a las familias y a los trabajadores a encontrar un encuentro o acuerdo provechoso para todos. De un mercado de trabajo se espera que permita ajustar la oferta (trabajadores) y la demanda (empresas) con suavidad, celeridad y eficiencia, de modo que se incentive a muchos a participar (en España el porcentaje de personas que se proponen trabajar es bajo), que los que busquen empleo lo encuentren (no el empleo soñado, pero sí, al menos, uno digno) y que los que busquen trabajadores los encuentren (idem).
Y esto, me parece a mí, no se consigue con el mercado de trabajo que tenemos ahora. Un mercado dual, en el que los «viejos del lugar» están cómodamente protegidos por los sindicatos, y los «nuevos del lugar», sobre todo jóvenes y no cualificados, no consiguen un puesto digno; en que las empresas ven difícil contratar más gente porque los costes se disparan (no el salario, o no solo el salario, sino todos los costes ligados a la contratación y el despido), etc. Moraleja: debemos seguir ahondando en la reforma laboral. La necesitamos. No es manía liberalizadora del gobierno (gobierno que, por cierto, no se distingue por su talante liberal). Es necesidad de nuestra sociedad. Nos jugamos mucho con esto.