El Punt Avui publicaba el pasado 22 de febrero un artículo de Guillem López Casasnovas (aquí, en catalán), que me gustó, como todos los suyos. Lo titulaba «Revulsivos en la enseñanza«, y venía a recordar una idea que, con frecuencia, olvidamos. La gente se mueve no solo por la motivación extrínseca (beneficios, costes, salarios, precios), sino también por la intrínseca (la autosatisfacción) y la trascendental, como la llama él (aquello que nos lleva a participar en una misión más amplia). Y aplica esto a la enseñanza.
¿Queremos mejorar la calidad de nuestra enseñanza? Una solución es poner más dinero, como si lo único que contase fuese la dimensión económica. Ya lo hemos probado, y no da resultado. Quizás es hora, dice, de fijarnos en las otras motivaciones, porque «son muchos los profesionales de verdad que en la enseñanza (…) muestran su voluntad de aceptar responsabilidades a cambio de una mayor autonomía en cómo se alcanzan los objetivos de la escuela o del centro educativo, desde la base de compartir voluntariamente un proyecto de dirección consensuado con el claustro». Está hablando de los directores de esos centros, profundamente desanimados ahora por una política demasiado intervencionista, que no les deja margen de maniobra y que les lleva al enfrentamiento con sus colegas maestros o profesores, lo que, obviamente, no motiva a nadie.
Saco tres conclusiones de su artículo (que ofrece, además, ideas sobre cómo poner esto en práctica). Una: a la gente le gusta hacer las cosas bien, independientemente de que les paguen más o menos, de modo que hay que apoyarse en esa motivación hacia el trabajo bien hecho y hacia el servicio a los demás. Dos: para que los maestros, o cualesquiera otras personas, reaccionen de esa manera, hay que darles autonomía, respetar su libertad y darles responsabilidad (y los medios para llevarla a cabo). Y tres: si queremos resolver los problemas de la educación (o de cualquier otro ámbito), debemos contar con esa gente, que sabe y quiere hacerlo bien. ¿No todos? Bueno, pero no podemos tomarnos el lujo de prescindir de todos los que saben y quieren, con la excusa de que algunos están burocratizados, son vagos o lo que sea.
Es cierto la calidad debe mejorar.