Acabo de añadir una breve respuesta a un comentario de Jordi Miró a una entrada mía anterior («Cómo saldremos de esta«). Lo que le digo cuadra mucho con lo que quería escribir, a propósito de un artículo de Samuel Brittan en el Financial Times del 5 de abril (aquí, en inglés, de pago). Lo que Brittan dice es que no perdamos el tiempo tratando de cambiar las políticas de otros países. Estoy de acuerdo con él; de ahí el título de esta entrada. Pero no del todo, como comentaré al final.
Estoy de acuerdo porque lo que nosotros (periodistas, economistas, políticos, ciudadanos de nuestro país) decimos, lo decimos de acuerdo con nuestra manera de entender el problema, con nuestros sesgos (ideológicos, políticos, teóricos) y con nuestros intereses. Por ejemplo, dice Brittan, pedimos, exigimos más bien, a Alemania que practique políticas expansivas para sacarnos a nosotros de la recesión. Vale, pero, ¿convienen esas políticas a los alemanes? Brittan explica que hasta ahora no les ha ido tan mal con su política. ¿Por qué la van a modificar? ¿Por la conveniencia de unos países deudores que no supieron manejar sus asuntos de manera ordenada y sensata? Es verdad que Alemania salió ganando con sus políticas, pero, ¿no muestra esto más bien las fortalezas de su modelo?
Pero hay también varias cosas que me gustaría añadir al artículo de Brittan. Una: todos tenemos derecho a comentar y criticar a los demás, también a la Sra. Merkel, aunque esto no vaya a servir para nada; al menos descarga nuestro mal humor (aunque me temo que aumente más nuestra paranoia y, en lugar de llevarnos a pensar qué debemos hacer nosotros, nos polaricemos en decir que la culpa es de los alemanes y que son ellos los que tienen que hacer algo).
Otra: nuestros comentarios pueden servir para animar el debate internacional que, al final, llegará a Alemania. Y si nuestros argumentos tienen una buena base, al final los escucharán (reconozco que aquí puedo pecar de optimista en cuanto a la capacidad de escuchar de los políticos o de los economistas, incluso de los alemanes). Claro que, para que eso dé resultado, tenemos que ofrecer argumentos serios, no soflamas políticas o ideológicas. Y, además, tener en cuenta a los oponentes en nuestros argumentos: si no hacemos un esfuerzo en entender por qué los alemanes piensan como piensan, esto será un diálogo de sordos (porque, desde luego, ellos no parecen demasiado proclives a escucharnos a nosotros). O sea, pensemos qué les vamos a ofrecer a cambio de lo que les pedimos: ventajas políticas, compensaciones económicas futuras, halagar su ego…
Pero acabo volviendo al artículo de Brittan, que, a su vez, acaba así. «La conclusión de todo esto es que (…) los políticos nacionales deben tratar la conducta de los otros gobiernos como lo que los económetras llaman una variable exógena. Con otras palabras, es mejor aceptar el mundo como es». Pero no puedo dejar de añadir dos apostillas. Una: si el mundo como es no es bueno, de acuerdo, aceptémoslo, pero tratemos de cambiarlo. Dos: nuestros políticos suelen dirigirse a nuestros conciudadanos, no a los alemanes; por tanto, es lógico que den los argumentos que nos gustan a nosotros, aunque no sean los mejores. Pero, vaya, tengo que volver a comentar esto: si un gobierno no puede decir a sus ciudadanos lo que considera que es mejor para estos… algo marcha mal.
Es cierto, tendemos a ver las cosas desde la perspectiva que mas nos conviene y no es que sea invalido, solamente que lo que es conveniente para nosotros como nacion puede no serlo tanto para otros… Me parece muy atinada la frase con la que cierras esta entrada «si un gobierno no puede decir a sus ciudadanos lo que considera que es mejor para estos… algo marcha mal»