Reconozco (mea culpa, que quiere decir que es culpa mía) que hablo de oídas (o mejor, de leídas). Expansión del 13 de abril da la noticia de la creación de la llamada «Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal», organismo asesor del Ministerio de Hacienda y controlador de las actuaciones fiscales de todas las Administraciones públicas, central, autonómicas y locales, y de la reducción del déficit. Bien. Lo que no está tan claro es que sea «Independiente». El nombramiento del presidente y de los directores de división lo lleva a cabo el Consejo de Ministros. Claro: alguien tiene que hacerlo. La Autoridad dependerá del Ministerio de Finanzas: o sea, no será independiente (vale, ahora añada el lector la retórica que quiera, pero no será independiente, aunque solo por un pequeño detalle: no tendrá presupuesto independiente –al menos la noticia no dice nada sobre esto–, sino que se lo dará el Ministro de Hacienda y, ya se sabe, quien paga manda). El presidente será nombrado por tres años, o sea que frecuentemente el mismo gobierno que lo nombre tendrá que prorrogar su mandato o sustituirlo, lo que no cuadra con el principio de independencia (para que sea independiente, el nombramiento tiene que ser por más de cuatro años, para que sea siempre otro gobierno, o el mismo después de pasar por las urnas, el que proceda a su renovación).
Es una pena que, a estas alturas, aún tenga nuestro gobierno tantas reticencias a los órganos de control verdaderamente independientes. Esto puede interpretarse como una falta de confianza en la calidad profesional y humana de los componentes de esos órganos –entonces, ¿para qué los creamos?. O como un deseo de manipularlos, o mejor, como el deseo de dejar la puerta abierta para conseguir doblegar sus juicios si, llegado el caso, la Autoridad fuese demasiado crítica con el gobierno. Es muy humano actuar así, pero no humano en cuanto manifestación de lo mejor de la naturaleza humana, sino humano en cuanto falible. Sí, ya sé que tener a un organismo independiente mirando por encima de nuestro hombro y criticando nuestras acciones puede ser muy molesto. Pero para eso queremos una Autoridad Independiente. Al final, esta de que hablamos hará, más o menos bien, la supervisión de las comunidades autónomas y locales (sobre todo si son de color diferente del del partido en el gobierno), pero me temo que nos leeremos sus informes con ciertas reticencias: como en los viejos discos, nos preguntaremos siempre si no estaremos escuchando «la voz de su amo».
En las películas «de romanos» se ve al emperador o al héroe vencedor en cien batallas paseando en su carro triunfador, con un esclavo a su lado que sostiene la corona de laurel, y que le va recordando al oído que no se lo crea: no es un dios, sino solo un hombre, afortunado, pero solo un hombre. Nuestros gobernantes no quieren que alguien les recuerde esto y, sobre todo, que les dé ideas sobre cómo mejorar sus decisiones. ¡Vaya!