Leí hace unos días una entrevista que The European Magazine había hecho a Amitai Etzioni, el conocido líder comunitarista americano de origen alemán. Etzioni denunciaba en ella un error que él llamaba trágico: el intento de aumentar el centralismo de la construcción europea sin la creación de un sentido de comunidad. «Es imposible, decía, imponer restricciones a los estados nacionales desde fuera, a no ser que estén ligados por un sentido de lealtad y compromiso«. No es, aclara, una cuestión de déficit democrático, sino de déficit de comunidad: ¿por quién he de preocuparme yo? Señala que esto funcionó bien en la Alemania reunificada, porque los del Oeste estaban dispuestos a sacrificarse por los del Este, porque eran alemanes, como ellos. Esto, continúa, no puede funcionar entre, por ejemplo, alemanes y griegos, que no se sienten miembros de una comunidad común.
Para solucionar esto, propone fomentar diálogos a nivel europeo, que lleven a la necesidad de comprender a los otros y, en definitiva, a compartir valores, sin dejar que las decisiones principales sean resueltas por los políticos en Bruselas. Todos deben tomar parte, afirma. «Cuanto más nos obliguen a ser tomadores de decisiones, tanto más tendremos que aumentar nuestra conciencia de los temas europeos». Claro que este es un planteamiento a muy, muy largo plazo. Pero, ¿hay otro mejor?