Leí hace poco que un juez federal norteamericano no había aceptado un acuerdo de la Securities and Exchange Commission (SEC, el equivalente a la Comisión Nacional del Mercado de Valores en España) y un hedge fund, por el que este pagaría 602 millones de dólares para zanjar una disputa sobre unas operaciones ilegales de uso de información privilegiada. Al juez no le parecía bien que una compañía acusada de actuar contra la ley saliese «limpia» en su reputación, simplemente pagando una compesación, que ni siquiera se puede calificar de multa.
La SEC y otras agenciones reguladoras llegan frecuentemente a este tipo de acuerdos, porque es muy difícil conseguir un reconocimiento de culpabilidad por parte del infractor: el proceso es muy largo y costoso, y es muy difícil probar que los directivos o los empleados cometieron un delito. Los reguladores y los jueces no pueden actuar con la ligereza con que los ciudadanos y los medios de comunicación acusamos a unos u otros de «ladrones», «defraudadores», «corruptos» y cosas así. Entre otras razones, porque la ley está para castigar al culpable cuando se comprueba que es culpable, no cuando un periódico le dedica una portada incendiaria.
Pero, claro, el juez tiene razón: si hubo una infracción, esta debe quedar recogida en una sentencia, sin que un pago (que suele ser ridículo, para la cantidad implicada en la infracción) sirva como compensación. Y digo esto pensando en dos de las partes implicadas. Una, la sociedad: si un infractor se va «de rositas» después de haber delinquido, ¿cómo vamos a pedir a nuestros conciudadanos que cumplan la ley? ¿No estamos contribuyendo al deterioro moral de la sociedad? De alguna manera, estamos diciendo que «actuar contra la ley cuesta 602 millones»: la inmoralidad tiene un precio, que se paga y ya está.
Y otra, la propia empresa y sus directivos. Reconocer que hemos hecho algo mal hiere, claro está, nuestro pundonor, pero es muy bueno, para nosotros mismos –nos invita a pedir perdón y a poner los medios para no volver a cometer una ilegalidad o una inmoralidad– y para los demás. Si nuestro jefe hace algo mal, lo reconoce, pide perdón y trata de corregirse, no perderá nuestra estima. O sea: es bueno que la empresa reconozca sus errores. Mientras no lo haga, no se fíe usted de ella.
Es algo así como la parábola del administrador infiel. Ya se ve que el tema tiene «para rato». Yo creo que la eficacia de la compensación es una parte que debe ser completada con la eficiencia y la consistencia del caso. Juan Antonio decía que el poder político debía re-configurarse en tres partes también, pero de otro tipo: eficaz, eficiente y consistente.