Ya se ve que esta es una pregunta que nos hacemos, una vez y otra. Y aunque sea verdad que la tasa de paro real no es del 26%, por la economía sumergida, también es verdad que es muy alta, demasiado alta, obscenamente alta. Discutía hace unos días este tema con los participantes de un Programa de Desarrollo Directivo (PDD) del IESE en Valencia, y les decía algo que ya he comentado varias veces aquí –y perdón si me hago pesado, pero… la letra con sangre entra, y las ideas necesitan repetición.
Si tenemos unas cuantas toneladas de plátanos en los frigoríficos, y no hay manera de darles salida en el mercado, podemos diseñar magníficas estrategias: campañas de publicidad, convencer al gobierno que nos compre los plátanos y los regale a las escuelas, desprestigiar a las naranjas y a las peras… Pero, ¿qué tal si hablamos del precio de venta del plátano? Pues con el empleo pasa algo parecido. Y explicaba a los de aquel programa algo que decimos los economistas, que seguramente es mentira, que suena poco humano y qué sé yo, pero que tiene cierta lógica.
Veamos. Tengo 100 empleados en mi fábrica, y me pregunto si convendría contratar al número 101. ¿Cuánto me aportará, por encima de lo que ya rinden los 100 trabajadores empleados? Digamos 50 unidades de producto (sí, ya sé que es muy difícil medir esto, pero vamos a simplificar, ¿no?). Puedo venderlo a 3 euros cada uno, de modo que contratar al empleado 101 me supone 150 euros de ingresos adicionales. Pues bien: si contratar a ese empleado me cuesta más de 150 euros, no lo contrataré; si me cuesta menos, sí lo contraré. Vale, vale, concedo al lector que todo esto es teoría, que los directores de personal no toman sus decisiones de este modo, pero… llega un día en que la empresa tiene pérdidas, y el gerente se hace esa pregunta. Y si la contestación es que la mano de obra es demasiado cara, prescindirá del empleado número 101. Ahora, critiquemos al capitalismo salvaje, pero esto vale también en la administración pública: si el funcionario número 101 rinde menos de 150 euros, no deberíamos contratarlo; y, si lo contratamos, alguien le está haciendo un regalo. Y valía también en la economía comunista, donde, decía un trabajador: ellos hacen como que nos pagan, y nosotros hacemos como que trabajamos.
¿Qué quiere decir que el nuevo empleado cuesta más de 150 euros? No es solo el salario neto que él se lleva, sino el bruto, incluyendo las cotizaciones sociales que paga la empresa. Y si al empleado le suben el impuesto sobre la renta, él pedirá un aumento de salario, de modo que también he de contar con esto. Y luego están los costes de contratación y de formación, y la incertidumbre sobre si encajará en el equipo o no, y si rendirá lo que esperamos de él o no. ¡Ah!, y muy importante, cuánto costará a la empresa despedirlo, si tiene que hacerlo la próxima vez que caigan los pedidos. Y si podrá convencerle de que trabaje unos días 10 horas y otros seis, porque la demanda es irregular. Y si estará dispuesto a hacer un poco de todo cuando haga falta, o se agarrará al reglamento para decir que esto no le corresponde a él. O sea: el concepto de coste del trabajo es muy amplio; no se reduce al salario mensual.
Vale. Ahora volvamos al ejemplo de los plátanos, y apliquémoslo al del empleo (y perdón si hiero las susceptibilidades de alguien, al comparar a un trabajador con una fruta alargada de color amarillo). Si tengo demasiados trabajadores a los que no puedo dar salida –no hay empleo para ellos–, al final no me quedará otro remedio que hacerlos más baratos –y vuelvo a pedir perdón, pero si nos olvidamos de que el empleo tiene un rendimiento y un coste, y que ambos son importantes en las decisiones de contratación y despido, estaremos haciendo música celestial. Al final, la reforma laboral es eso: un conjunto de medidas dirigidas a facilitar el ajuste de la oferta de trabajo a la demanda. Pidamos a la señora Merkel que nos dé dinerito para aumentar nuestro gasto público, pidamos al Banco Central Europeo que facilite crédito para nuestras pymes, protestemos contra la austeridad… pero no olvidemos que, si en los momentos más brillantes de nuestra economía, la tasa de paro no bajó del 8,5%, esto se debe a que el factor trabajo era –y todavía es– demasiado caro. «Es que no puedo vivir con menos de 1.000 euros al mes». De acuerdo, pero a ese salario (neto para el empleado: luego hay que añadirle los otros costes para el empleador) el trabajo es demasiado caro. Y ahora, todos a la calle, a protestar contra la ciencia económica que nos condena al paro, o a salarios de miseria. Pero no olvidemos que… sigue siendo demasiado caro. No todos, claro: pero sí muchos, sobre todo los no cualificados.
Al final, la reforma laboral, decía a los del programa de Valencia, consiste en que, cuando lleguen los turistas, el dueño de un bar diga: necesito un camarero más, pero, si es barato, contrataré dos. ¿Formación? Sí, claro. ¿Reforma educativa? Sí, claro. ¿Impulso de la emprendeduría? Sí, claro. ¿Ayudas de Europa? Sí, claro. Pero, no lo olvidemos: si es barato, contrataré dos. Y si no es barato, solo contrataré uno, y el otro se quedará en el paro.
Acepto el razonamiento que precio (de los plátanos) y
costes son lo mismo en condiciones ceteris paribus
del modelo de competencia perfecta. Pero, el mercado
laboral es por definición imperfecto en el tiempo.
Una pregunta sencilla ¿Cuánto tarda una reforma
laboral en absorber la población parada? Las
decisiones sobre el precio del mercado de bienes y
servicios, afectan al mercado de trabajo en su
demanda (empresarios). Mientras que las decisiones
sobre costes macroeconómicos afectan al presupuesto
del estado. En un momento dado, la población ocupada
está asociada a esos dos escenarios de uso y costumbre, me parece.-
Buenas noches,
Esta claro, nuestro mercado laboral necesita mas flexibilidad pues en un mundo global , dinámico y tan competitivo no funcionan las estructuras rígidas.
Hablando de instituciones rígidas y planteamientos de clase obsoletos, y quien cambia la cultura sindical y a los sindicatos? Esto tampoco tiene desperdicio….
Completamente de acuerdo , sea como sea, hemos de abaratar, el coste que representa para el empleador, la contratacion de un nuevo empleado.y esto se consigue
realizando politicas que abaraten los conceptos que describes en tu «blog»
Muy en la línea de las ideas del gobierno. Así lucen y así luciría esta bobada
Con todo el respeto, Yolanda, le recuerdo que durante unos años hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que volver al nivel que nos corresponde costará tiempo y esfuerzo. Está claro que si estamos endeudados los particulares, habrá que devolver lo prestado y eso significa renuncias. Abriendo el foco a la empresa, lo mismo. No se puede vivir igual, no contamos con recursos suficientes y encima debemos a todo el mundo. Después, si quiere, podemos hablar de las causas, pero la situación es la que es y hay que encontrar alguna manera de salir de ella.
Es absolutamente increible que cada vez que se toca el tema de inmigrantes se lancen contra quien lo saca y le empiece a aplicar adjetivos de todo tipo, y no buenos. Es una gran realidad y dejémonos de demagogia. Aqui vinieron, con el boom y la permisividad, casi 6 millones. Bien, por lo que tienen trabajo (los trabajos que muchos españoles no querían entonces) porque se lo han ganado, y admitamos que puede haber casos,como los nacionales, de parados ocasionales; pero la gran mayoría, entre otras cosas por cualificación, son parados estructurales, y se quedan, entre otras cosas, porque son beneficiarios de un estado de bienestar que no podemos mantener. Es significativo que han crecido las remesas de inmigrantes (envío de dinero) desde sus países de origen por primera vez. Eso significa que, aun en paro, prefieren quedarse aquí, porque están protegidos, consumen educación, sanidad y cuando no pagan la vivienda hay medidas para protegerlos. Todo eso está muy bien, pero no no hace nadie en el mundo. El buenismo es caro y no se puede pagar. Es un debate hurtado que es necesario sacar ya a la luz, sin que se hable ni de racismo ni de xenofobia. Muchos países, y no son sospechosos de racistas, regulan la inmigración en función del trabajo. Todo esto afecta al nivel de empleo, al gasto social y a los subsidios. Es un debate necesario, y mas cuando los países de origen están creciendo con vigor.
Como decía el profesor Leonardo Polo: » … la justicia es un hábito imprescindible porque la voluntad humana tiende naturalmente al bien, pero no tiende naturalmente al bien de los demás. Ese bien excede la capacidad natural …”, creo que eso lo explica bastante bien.
No creo que sea un tema de nacionalidades, sino de raciocionio. Los numeros son numeros y lo demas son puñetas. Que muchos inmigrantes esten trabajando y muchos españoles en el paro nos debería indicar muchas cosas, son mas baratos en muchos casos, si es cierto, ellos no contribuyeron a la construccion del mal llamado estado del bienestar, pero recuerdo que quienes lo construyeron fueron nuestros padres, muchos de ellos inmigrantes que trabajaron duro para tener una sociedad mejor.
Que la avaricia de muchos nos haya llevado a donde estamos tambien debiera darnos que pensar, pero achacar la culpa a los inmigrantes que estan pagando impuestos y contribuyendo a la riqueza social me parece demagogico y sumamente tergiversado.
No creo que los que ahora emigran esten nada de acuerdo. Me imagino que querran las mismas o mejores oportunidades que los en su dia emigraron a nuestro país.
No deberíamos preguntarnos también por qué ese trabajador no puede vivir con menos de 1.000 euros al mes. Por qué tenemos los servicios telefónicos, o de electricidad más caros de Europa. Porqué no bajan los precios en España. Bajan los salarios pero no bajan en igual proporción los precios.
¿Cuántos inmigrantes desempleados hay en España?
¿En qué medida bajaría el porcentaje de paro si, amablemente, los devolviéramos a sus lugares de orígen y volviéramos a llamarles, de nuevo, cuando la cosa mejore?
¿Es necesario confundir lo «políticamente correcto» con la falta de sentido común para parecer democrático y moderno?
NO con mis impuestos….
Buenísimo el post, das en el clavo en todo lo que dices.