Hace un tiempo presenté en un congreso un trabajo titulado «Frugalidad» (los artículos científicos con una sola palabra suelen llamar la atención con más frecuencia que los títulos largos). Hablaba de la frugalidad como virtud, no como necesidad impuesta por la pérdida de ingresos. Ahora a esto lo llamamos «austeridad«, aunque pensamos más en los recortes que el gobierno impone a sus funcionarios o a los usuarios de sus servicios que en el virtud consistente en no estirar el brazo más que la manga. Pero, obviamente, la austeridad impuesta tiene mucho que ver con la austeridad autoimpuesta.
Hace unos días, concretamente el 19 de abril, en el Financial Times, una noticia breve, pero que aparecía en la primera página de la edición impresa, lo cual me llamó la atención. En ella se explicaba que en Irlanda se había creado un Servicio de Insolvencias, que ayuda a los que han perdido sus ingresos, su empleo o su piso, a recibir las ayudas necesarias, que la ley prevé. Buena idea, me dije. Pero lo que me llamó la atención es que, decía el articulista, «los cabezas de familia irlandeses que soliciten la reducción de sus deudas tendrán que renunciar a su televisión por satélite, a las vacaciones en el extranjero y a la educación de sus hijos en una escuela privada». El Servicio mencionado establecerá los límites mensuales que las familias que soliciten ayuda podrán dedicar a comida (247.04 euros por persona, decía el artículo), calefacción (57.31 euros) y gastos sociales (125.97 euros), que incluyen entradas para eventos deportivos y cine. «Un nivel de vida razonable no significa que la persona pueda tener un nivel de vida de lujo«, declaraba el director del Servicio de Insolvencias.
Sí, ya sé: esto es arbitrario, no puede tener en cuenta las distintas necesidades de las personas, es una pérdida de libertad… De acuerdo, concedido. Pero, ¿tienen que colaborar los demás ciudadanos, con sus impuestos, en la financiación de la televisión de pago del parado? Con todas las críticas que se quieran hacer a la iniciativa irlandesa, me parece muy bien que se ayude a las personas que necesitan un auxilio para pagar sus deudas a reconocer lo que es necesario para vivir y lo que son necesidades artificiales. Lo de menos es la cantidad exacta de dinero; lo que me parece importante es la reflexión sobre cuánto debe medir al brazo, cuando la manga se ha quedado corta. Y esto tiene que ver con la virtud de la frugalidad. O con la austeridad como modo de vida, no como imposición del gobierno, o de los mercados financiero, o de la troika, o de la señora Merkel…
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Buenas noches,
Estoy totalmente de acuerdo con lo planteado, debemos ser mas austeros, o mejor dicho,mas inteligentes en nuestro consumo. Debemos diferenciar que gasto es consumo y cual es inversión , debemos invertir mucho en formación, y gastar menos en aspectos superfluos e innecesarios.
Creo que tanto consumismo, publicidad, … nos ha confundido , y ya no sabemos diferenciar que es lo importante de lo que no lo es.
Esperemos q con esta crisis y con la austeridad que nos están imponiendo, sepamos ver la direccion correcta y recuperemos valores y actitudes que nos hagan mejores como personas y como sociedad.
Como muy acertadamente señala el señor Argandoña, en nuestra sociedad se han perdido muchos de los valores que ayudaron a levantar nuestro País. Convendría volver la vista atrás y recordar cómo vivían nuestros padres o cómo vivíamos nosotros hace cuarenta o cincuenta años. Consumíamos lo que necesitábamos y hacíamos de lo extraordinario una fiesta. Quizás el consumismo que nos atenazó hace unos años, y que no quiere soltarnos, no concuerde con esos valores, pero seguro que nos iría mejor si cuidáramos más nuestros gastos y redujéramos los innecesarios que nos han vendido como imprescindibles.
A cuánta gente le debemos tanto y ya están muertos. Por ejemplo Gaudi. Otro es Boltzman al que le debemos todos los progresos en telecomunicaciones y quántica. Y hay muchos ejemplos de gente a la que no podremos nunca pagar su «frugalidad» … (Y eso que no entré en el terreno del espíritu como es el caso de la virtud).