Algunos comentarios de mis lectores en los últimos días tratan de la parte de «culpa» que pueden tener los inmigrantes en el desempleo en España. Permítame el lector que trate del tema de manera indirecta, recordando una historieta que cuenta Daniel Cohen, un conocido economista francés. La historieta empieza suponiendo que una noche la policía captura a todos los parados de un país, los mete en un barco (en nuestro caso, en miles de barcos) y los manda a una isla desierta (debería ser una isla muy grande para dar cabida a los 6 millones de parados que tenemos). ¿Qué pasaría en el país de origen?
Al día siguiente, la tasa de paro sería 0%. ¡Por fin! Pero Cohen afirma que, un año después, esa tasa sería parecida a la que había antes de la actuación policial. Da para ello varias razones. La demanda de bienes y servicios habrá caído, porque ahora hay menos consumidores que, a pesar de estar parados, demandaban bienes y servicios, de modo que no pocas empresas habrían tenido que cerrar. Además, con un paro nulo, la presión por el aumento de salarios será muy fuerte: el primer día que una empresa necesite un nuevo empleado, tendrá que «robarlo» a un competidor, pagando un salario mayor que, claro, se transmitirá a los demás empleados, de modo que la tasa de inflación crecerá rápidamente.
¿Y en la isla desierta? En el momento de la llegada de los barcos, la tasa de paro sería del 100% (suponemos que los «emigrantes» llevarían algo para comer, al menos los primeros días). Pero bajaría rápidamente. Un emigrante, que había sido peluquero y se había llevado la tijera y el peine, abriría una peluquería informal en la playa; en una ciudad occidental esto le habría costado unos cuantos miles de euros; en la isla desierta, no cuesta nada. Ya tenemos un ocupado. Otro se ofrecería a arreglar la ropa que se había estropeado en la travesía: ya serían dos. Y otro se pondría a preparar comidas, y otro…
La clave, según Cohen, no está en los parados, sino en la capacidad de crear empleo. Los obstáculos los conocemos muy bien. Señalaré solo dos: la falta de capital (las tijeras y el peine, en la isla desierta, y un establecimiento con calefacción y aire acondicionado, cómodos sillones, espejos y docenas de cosas más en nuestras ciudades), y las instituciones que dificultan la creación de empleo (sindicatos que piden salarios elevados, altas cotizaciones de la seguridad social, el impuesto sobre la renta (que castiga al que trabaja), el seguro de desempleo (que premita al que no trabaja), requisitos sanitarios y medioambientales de los locales…). Y, volviendo al país de origen de nuestros problemas, el paro no es un fenómeno mecánico, sino económico; las medidas mecánicas, como «eliminar» a los parados o «repartir» los puestos de trabajo no funcionan.