La noticia de que el gobierno norteamericano está espiando a sus ciudadanos hasta límites inverosímiles está ocupando las portadas de los periódicos estos días. Es un tema muy importante, me parece a mí, y seguramente le tendré que dedicar más atención otro día. Ahora solo quiero hacer un comentario rápido:
- Nuestra sociedad ve con buenos ojos que nos espíen
Bueno, quizás no podemos hablar de «nuestra sociedad«, porque hay muchas sociedades en nuestra sociedad. Pero, a pesar de todo, me parece que es verdad que muchos aprueban ese espionaje público. Y eso tiene que ver con un rasgo de nuestras sociedades avanzadas, democráticas, occidentales y (a pesar de la crisis) ricas: lo que podemos llamar utilitarismo social. Que significa: en mi vida privada yo hago lo que me dé la gana; nadie tiene derecho a inmiscuirse en lo que yo haga, diga o piense, nadie tiene por qué darme normas éticas. Pero… en mi vida social, por favor, que me den resueltos los problemas. Porque quiero –tengo derecho a– un sistema de pensiones desarrollado y suficiente, una educación de calidad y gratuita, una sanidad excelente y gratuita, una buena vivienda, un buen puesto de trabajo… Y todo esto me lo tiene que dar «alguien»: el Estado, la sociedad, el sistema, la empresa, la banca… No me pregunten quien: pero que me lo den. Y ya, que tengo prisa.
Claro, una de las cosas que pedimos es seguridad. Tradicionalmente, esta se entendía como un seguro privado que yo conseguía pagando una prima –por ejemplo, para los accidentes de automóvil. Luego, pasamos la función aseguradora al Estado, y pagamos la prima mediante impuestos –eso es la sanidad o la educación gratuita. Y ahora queremos seguridad. O sea, ejército (vaya, hombre: somos pacifistas, pero, claro, por si acaso, necesitamos un ejército), policía (que son unos brutos, de modo que hay que exigirles que me dejen manifestarme libremente, pero, eso sí, que garanticen que en mi barrio no roban ni matan a los vecinos), jueces (que lo hacen mal, claro, pero que los necesitamos)… Pero no me basta seguridad a posteriori, es decir, que haya un policía cerca y venga corriendo cuando me vayan a robar: queremos seguridad a priori, alquien que se entere de si hay un terrorista por ahí, si está formando un gang en mi barrio y cosas de ese tipo. Y, claro, para eso necesito que espíen. ¿A quién? A los terroristas y asesinos, claro, pero como no sabemos quiénes son, pedimos que espíen a todos.
¿También a mí? Oiga, a mí no. Pero… bueno, claro, al final tendrán que espiarme a mí, para poder espiar a todos los que puedan ser terroristas, gángsters o asesiones en serie. Claro que… si tienen todos mis datos, ¿no podrán extorsionarme, acusarme injustamente o violentar mi libertad privada? Nuestra esquizofrenia nos pone a las puertas de la pérdida de libertad. Quizás porque hemos entendido por libertad aquella de hacer lo que nos dé la gana en nuestra vida, pero no la libertad de ser nosotros mismos los que tomamos las decisiones en nuestra vida social, los que cuidamos de nuestras pensiones, de nuestra sanidad, de nuestra seguridad… con la ayuda del Estado, claro, pero sin renunciar a nuestra responsabilidad. Y, ¡oh!, ya ha salido la palabra que los esquizofrénicos no querían que apareciese. Porque la responsabilidad es de ellos –de la policía, del Estado, de los jueces, de los espías–, pero yo no quiero tener ninguna responsabilidad. Y así nos va.
Gracias por comentar algo “de moda”. Personalmente, yo recibí hace poco una carta dirigida a mi hermano y de modo anónimo. Los dos nos llamamos José porque él nació primero pero yo nací el día de san José (me felicito por tan gran Patrono) y a pesar de que se le pidió que no lo hiciera, el sacerdote que me bautizo (el 22 de marzo) me puso José antes del nombre que se le dijo (y me felicito por ello también). Mi intención es destacar que quien utilice los datos es más importante que el que los toma.