A estas alturas, me dice el lector, ya sabemos qué es una recesión: una situación en la que el producto interior bruto cae durante al menos dos trimestres seguidos, en términos reales (es decir, descontado el efecto del cambio en los precios). Correcto. Pero esta definición no nos cuenta lo más íntimo de la recesión.
A lo mejor debemos buscar una definición más larga. Por ejemplo, la del National Bureau of Economic Research, un organismo privado norteamericano que se encarga de poner fechas a las fases del ciclo económico. «Una recesión, dice, es una caída significativa de la actividad económica, difundida por toda la economía, que dura más de unos pocos meses, y que suele identificarse en el PIB, la renta real, el empleo, la producción industrial y las ventas al por mayor y al por menor. Una recesión empieza inmediatamente después de que la economía alcanza su máximo de actividad y finaliza cuando alcanza su mínimo. Entre el mínimo y el máximo, la economía está en expansión«.
Bien, pero me parece que aún deja algo en el aire. Me atrevería a decir que lo más importante de la recesión es que rompe un equilibrio de expectativas, culturas, actitudes y disposiciones -y recomponer esto puede ser muy complicado, mucho más que convertir en positivo el crecimiento del PIB. Lo que esta definición sugiere es que la economía funciona sobre un conjunto de supuestos, expectativas y actitudes, que se han ido consolidando a lo largo del tiempo. Por mi parte, que mi puesto de trabajo es relativamente seguro, y que mi nivel de vida podrá mantenerse o crecer, de modo que podré hacer frente a los pagos de una hipoteca para comprarme una vivienda. Por parte del banco, la expectativa de que yo podré hacer frente a la hipoteca que le pido para comprarme la casa. Por parte del constructor, que alguien conseguirá una hipoteca para comprar la casa que él planea construir, para lo que cuenta con un arquitecto, proveedores y trabajadores que, basándose en sus expectativas y supuestos, están dispuestos a colaborar en la construcción. Y así todos. Pues bien: la recesión es la ruptura de todas esas relaciones. Y la recuperación no llega hasta que se recomponen, quizás no del todo, pero sí al menos lo suficiente como para empezar un nuevo consenso.
¿Verdad que ahora está más claro cuál es el problema de una recesión? ¿Y también que no es cuestión, simplemente, de gastar más para que las empresas produzcan más y creen empleo?
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
Una recesión es la consecuencia de no haber sincronizado los esfuerzos al producir. Un modo gráfico de entender esto es repartir actividades en un círculo 360º para producir algo. La suma de muchos productos equivale a la suma de muchos círculos de este tipo. Si todos requieren y efectúan los desembolsos en un cuadrante de este círculo, digamos el primer cuadrante o sea, el primer trimestre de un año (si el círculo representa un año) se produce un desbalance de dinero. Eso no ocurre porque casi siempre lo que unos desembolsan otros lo recogen en el mismo sector circular (relativo a un año en el ejemplo anterior).
Por eso, yo siempre insisto en que los ciclos no son anuales y que cada producto tiene su propio ciclo, y si se fuerza el “compás” anual se distorsiona el balance global para hacerlos coincidir. Además, en Lima lo estamos haciendo para distintos sectores y, depende al final, de los sueldos de los directivos de cada producto (de sus decisiones) como es lógico. La forma en que depende es complicada de exponer (hay mucha matemática co-contra variante) pero es lo que define si habrá o no una recesión.
Espero haberlos entretenido.