Daba el otro día clase a unos alumnos del Executive MBA del IESE, y les explicaba cómo veo yo la crisis actual de la economía española. Y les decía que no es una crisis, sino cuatro:
- El pinchazo de una burbuja especulativa, que ha dejado a la economía familiar y empresarial endeudada, empobrecida, vulnerable y en reconstrucción. Esto bastaba para ponernos en una recesión al menos tan grave como la de 1992-93. Pero hay más.
- Una crisis financiera, iniciada por los problemas de las subprime norteamericanas, pero que adquirió pronto caracteres propios, por los problemas de nuestros bancos y cajas de ahorro, problemas que son de dos tipos: de liquidez (por la interrupción de la financiación exterior hacia esas instituciones) y de solvencia (por la pérdida de valor de sus activos, debida a la crisis del inmobiliario, al aumento de la morosidad y a la retroalimentación de la crisis desde la economía real a la financiera).
- Una crisis de la deuda soberana. Porque ante las dos crisis anteriores todos miramos hacia el Estado, del que esperamos que alivie las crisis personales, familiares y empresariales, y también las de los bancos. Y esta crisis tiene también las dos facetas mencionadas: una crisis de liquidez (que dificulta la refinanciación de la deuda pública y la financiación de los déficit nuevos) y otra de solvencia (por las dudas sobre la sostenibilidad de la deuda en España).
- Y, al llegar a este punto, todos miramos a los que pueden solucionar esos problemas, que son las autoridades de la Unión Europea y del Banco Central Europeo. Lo que presenciamos en 2011 y 2012 fue el estallido de esa cuarta crisis, la crisis del euro, debida a la falta de claridad de diagnóstico y de respuesta, pero sobre todo de voluntad política, por parte de aquellas autoridades.
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