Ya sé que algunos no estarán de acuerdo con esta tesis: competencia, para los demás; para mí, protección. Bueno, en España practicamos a menudo esta política. Hace unos días recordaba la prensa económica que la Unión Europea (UE) había declarado que el reparto de concesiones de transporte de pasajeros por carretera no responde a los criterios señalados por la UE: tanto el gobierno central como las comunidades autónomas ofrecen ventajas a las empresas que ya disfrutan de esas concesiones, en perjuicio de las que pretenden entrar a ofrecer ese servicio. Y, además, sus concesiones son de larga duración, hasta 25 años, lo que permite disfrutar de ventajas especiales durante un largo periodo, en detrimento de las oportunidades de los recién llegados.
La política de competencia es una política difícil, lo reconozco. A los que ya están instalados no les interesa, y a los gobiernos tampoco. A los nuevos sí, claro, pero no tienen suficiente poder para romper los intereses creados. Los que al final salen ganando son los consumidores, los ciudadanos, pero para ellos las ventajas son poco definidas y a menudo se producen a largo plazo, de manera que no están dispuestos a luchar por un poco más de competencia en los mercados de bienes y servicios. Y las consecuencias son menos eficiencia, costes más elevados, menos incentivos para la innovación…
Si a nadie le gusta la competencia, pero lo cierto es que con ella vienen muchas innovaciones, ya que los empresarios y comerciantes para ganar más ventaja sobre el competidor, se inventan nuevas estrategias para atraer al público objetivo. Lo cierto es que la competencia siempre mantiene a las organizaciones en movimiento y los clientes siempre van a encontrar más de donde elegir.
El fundamento de la producción es el sincronismo … ¿cómo hacerlo? … primero los expertos deciden cómo producir en base a los hábitos (dirección ejecutiva) y luego, los líderes aseguran que la gente que ponen a cargo seguirán el diseño.
Gracias.