Esa pregunta se la hacen Mikkel Barslund y Daniel Gros en un Policy Brief reciente del Center por European Policy Studies, CEPS (aquí, en inglés). El título, provocativo, es «El azote es el paro, no el paro juvenil«. Y la tesis queda clara, solo con leer el título. La ocasión es el creciente interés de la Unión Europea (UE) por el problema del desempleo de los jóvenes, que, según los autores, está generando políticas mal planteadas, ineficaces a corto plazo y que crean problemas en otros colectivos, o sea, en los parados no tan jóvenes.
Su tesis es que el problema del paro juvenil es grave, pero no mucho más que el paro en general. Este siempre aumenta en las épocas de recesión, y eso ha vuelto a ocurrir ahora, no solo con los jóvenes. Además, las cifras se interpretan mal: cuando decimos que más del 50% de los jóvenes españoles están en paro, no tenemos en cuenta a los que están fuera del mercado de trabajo, por ejemplo como estudiantes; la cifra real sobre el total de población de esa edad es mucho más baja. Y además, el porcentaje de parados jóvenes sobre el total de parados ha crecido, pero no tanto como se piensa.
La idea de que esta será una generación perdida también llama la atención de los autores, que sostienen que los estudios empíricos llevados a cabo muestran, sí, que un periodo de desempleo al principio de la vida laboral deja una huella sobre la carrera y los ingresos del interesado, pero esos estudios no se preguntan si esto afecta más a los jóvenes que a otros grupos de parados. O sea, no nos permiten saber si la pérdida es para la generación de los jóvenes mayor o menor que para otras cohortes.
El «núcleo duro» del Brief es la crítica a las políticas que la UE está promoviendo para incrementar el empleo juvenil. El fortalecimiento de la formación profesional, por ejemplo, mejorará, sin duda, las perspectivas de los futuros empleados, pero no tendrá el impacto inmediato que se anuncia. Algunas de esas medidas tienen costes administrativos muy altos, y la calidad de los formadores puede dejar mucho que desear.
Subvencionar la creación de empleo para jóvenes puede ayudar a la contratación, pero no será sostenible. Es verdad que un salario mínimo relativamente elevado puede desanimar la contratación de empleados, sobre todo jóvenes, pero no parece que la solución sea la subvención a la contratación de esos trabajadores. Los subsidios deberían enfocarse no a la edad, sino a las carencias de cualificaciones. Y, además, en un momento en que hay mucho parados y pocos puestos de trabajo disponibles, lo más probable es que cualquier medida dirigida a un colectivo determinado consiga, primero, resultados positivos en ellos a costa de menores oportunidades para otros colectivos. Y segundo, que simplemente desplace la demanda genérica de trabajadores en general a la demanda, subsidiada, de trabajadores jóvenes. En todo caso, los subsidios son un instrumento favorito para los sindicatos, que pueden mantener salarios, mínimos o no, elevados, contando con que la subvención abaratará la contratación para las empresas. Lo que se consigue es, pues, pasar una parte importante de los costes al sufrido ciudadano que paga los impuestos.
Baslund y Gros acaban cantando las virtudes de la movilidad laboral como medida de urgencia para el desempleo juvenil. Me parece bien, aunque, a nivel europeo, hay barreras idiomáticas, culturales y de otros tipos, que dificultan ese objetivo. En todo caso, he querido traer aquí sus ideas porque me parece que, más allá de las presiones políticas, sociales y sentimentales para «hacer algo» para resolver el problema del desempleo juvenil, nos debemos tomar en serio la solución de los problemas del mercado de trabajo, porque, al menos en su dimensión demográfica, son comunes a todos los colectivos afectados.
A la larga éste es el principal problema. Si no se produce pronto la recuperación y se les da oportunidad a los jóvenes de trabajar y emprender (si no encuentra usted trabajo ¡invénteselo!) será tal la cantidad de posibles compradores de viviendas y otros vienes que no tengan dinero para pagarlos que la recuperación será casi imposible.
Muchas gracias por su sugerencia sobre un indicador mensual de remuneración laboral que sea la ocupación juvenil.-
En efecto, no es un problema sentimental. El profesor JAPL afirmaba en sus clase que el «idealismo» nos ha llevado a repartir la torta sin darnos cuenta de que primero tiene que haber torta.
Al «institucionalizarse» las tortas, estamos llegando al colmo de que nadie sabe cómo hacerlas, pues se contrata al amiguito de turno que dice que sabe y al final …
Y los jóvenes que son los que tienen nuevas buenas ideas que podrían ser reales … no son del grupo de mi hijito o no van al mi club y «never ever» así no juego …
Es una falsa institucionalización. La verdadera institucionalidad la dan las virtudes. Y como digo en mi libro, éstas llevan a los hábitos. Si alguien cree que hay una forma de tener hábitos como la creatividad innovadora que no requiere virtudes es mejor que no sea directivo, porque es al revés. Si alguien dice o parece que tiene virtudes pero hace cosas mal hechas, es que no las tiene.
Los ciclos laborales duran unos 75 años y se deben incluir la fase de estudios y de retiro como parte del ciclo. En todo ciclo, hay una parte de «inversión» inicial: los estudios por ejemplo, en que otros perciben (los profes) la inversión en educación. Luego viene la parte de retorno de la inversión, en que la sociedad percibe los frutos de lo invertido. Los años que tome, se deben ajustar según cada caso.
El «largo» del ciclo, ya en dinero, se obtiene de lo invertido en dinero para esa formación y para rendir los frutos en todos esos 75 años (o ciclo particular). Si no se llega a «cubrir» los costos de todo ese periodo, las generaciones anteriores y posteriores tendrán que cubrirlos a costa de una recesión. La solución está en el sincronismo económico-laboral, que si no se da, hay que reducir los sueldos directivos.
Nunca pensé extenderme tanto. Debe ser porque es un problema laaaaaaaaarrrrgggooooo ….