La legitimidad del Estado del bienestar es un tema objeto de discusión desde antiguo, y tendremos que volver a él una y otra vez, durante la (ya inminente, parece) recuperación de la economía, guiados, probablemente, por los problemas de financiación de ese bienestar que se nos avecinan.
Se me ocurre que puede ser bueno considerar las distintas situaciones posibles como un continuo, desde el extremo ultraliberal de que toda ayuda estatal a los ciudadanos es una donación injustificada y su financiación mediante impuestos es un robo, hasta el extremo opuesto que considera que los ciudadanos tienen derecho a que el Estado satisfaga todas sus necesidades o, al menos, un amplísimo conjunto de ellas, que van mucho más allá de lo que podríamos denominar necesidades básicas –sin explicar, en este caso, cómo se financiará todo ese gasto.
Entre ambas posiciones extremas encontramos muchas situaciones, más o menos sostenibles –más bien menos que más. Una es la consideración de que los ciudadanos son seres individualistas y egoístas, que tratan de traspasar a los demás sus costes y obtener beneficios a costa de otros; en este caso, asistiremos a oleadas repetidas de aumento de los gastos sociales, a costa de la eficiencia económica, seguidas de movimientos contrarios, que tratan de moderar la redistribución y favorecer la eficiencia. Esto va acompañado de movimientos de enriquecimiento de unos a costa de los otros, que dificultan la consecución de un equilibro, de modo que se repiten los ciclos de generosidad y austeridad, redistribución y crecimiento. Me parece que esto no tiene fácil remedio, porque su punto de partida es esencialmente inestable: si no hay un mínimo de solidaridad por parte de unos, y de colaboración por parte de los otros, si unos no reconocen ciertos derechos de otros y estos no admiten la limitación de sus derechos a costa de los unos, no hay equilibrio factible. Esto viene ocurriendo desde antiguo: es el famoso conflicto de la eficiencia contra la justicia –falso conflicto, pero es lo que hemos creado a fuerza de años.
Otra consideración, variante de la anterior, hace referencia al marco político del Estado del bienestar. Supongamos una situación como la que se ha ido creando en el mercado de trabajo español a lo largo de unos cuantos decenios: un sistema de contratos que dificulta la creación de empleo, que divide a los trabajadores entre permanentes y temporales, y que generaliza la situación de precariedad de estos últimos. La solución está clara, pero hay demasiados intereses en favor del mantenimiento del status quo, a cargo de sindicatos, trabajadores permanentes y empresas, sobre todo grandes. Y como, al final, las decisiones políticas tienen que reflejar posiciones suficientemente mayoritarias entre el electorado, hay que hacer concesiones que apuntan a la desregulación, la flexibilidad laboral y la moderación de los costes del trabajo, pero siempre con un límite para ganar la aquiescencia de los que, en ese proceso, han salido perdiendo. Otra vez estamos ante un sistema inestable e ineficiente, otro conflicto del que no saldremos si seguimos manteniendo las posiciones de partida.
Hay más situaciones posibles, pero de ellas hablaremos otro día.
Con todo lo expuesto mi opinión refleja el punto el Estado es el padre que sustenta (brindando las reglas para que el mercado sea igual para todos), supervisa, cuida y defiende para que todos los ciudadanos (sus hijos) estén disfrutando del bienestar que todo desean. Nosotros los hijos también respetando y ayudando aquel padre para que pueda sus manos abrazar a todos. Dicho esto, pensar que el Estado cubra todo y a todos es algo imposible, por ser dirigidos por seres humanos que, si en el mejor de los casos, están realmente tratando de lograr el bienestar para todos los ciudadanos y no sólo una parte.
El bienestar es generado en el mercado pero no es solo lo que puedo comprar en el mercado. Por ejemplo, la belleza de un parque al que me gusta ir, requiere para mantenerse de mis impuestos y puedo comprarme unos helados para disfrutar más el momento; pero los helados pueden estar feos y si paso por allí, huele mal, etc.
Son cosas que tiene que ver con el mercado pero no se pueden comprar (la belleza, el rico sabor, etc.). Esas cosas fueron hechas por alguien que puso más que un precio a sus productos y tenía que saber mucho al respecto para que se pueda disfrutar. Lo más probable es que ni siquiera pensaba en el precio (el que produjo ese helado, o cortó el césped).
Pero si no existiera quien compre ese bien a un precio justo en un mercado determinado, no habría motivación para ello. El que se dedicó a estos temas fue JAPL (Juan Antonio Pérez López) y descubrió tres dimensiones claramente distintas y completas: eficacia, atractividad y unidad. Las tres van juntas pero mis colegas y yo nos preocupamos más de cuánto cuesta (una parte de la eficacia) que de la atractividad para producirlo (saber hacer helados o cómo cortar mejor el césped) o de la unidad con los usuarios (solidaridad ciudadana, por ejemplo).
Este es el nivel más bajo de todo ese proceso motivacional. Pero si es pequeño punto de partida no se hace con JUSTICIA, difícilmente todo los demás se dará oportunamente (sincronizadamente).
Me he preguntado,¿es solo el mercado el nivelador de derechos ? hay un solo mundo para invertir, la globalización la usan las transnacionales y no los gobiernos,los acuerdos sobre economías asimétricas son el suicidio del estado de bienestar en países destino,la migración de la inversión hacia países pobres, no les da mas riqueza, solo actividad y salarios que quedan sometidos a ese nivel de mercado,entonces quien es el regulador o quien asume una decisión política en pro de hacer algo justo , ético al respecto, es lógico que alguien paga, pero en costos reales los paga el mercado en el precio final,ahora la marginación en el mercado se produce ante la imposibilidad de competir,alli también se pierden derechos sociales o calidad de vida, entonces sin hacer un pueblo dependiente, creo en la necesidad de hacer una línea plana de salarios , ingresos por mano de obra , impuestos y condiciones de ineversion a nivel global en un acuerdo que preserve todas las economías, si seguimos asi, nos acostumbramos al juego perverso de perdedores y ganadores, algo nos falto considerar entonces en el camino para no repetir el conflicto en la historia, si ud. supo del una bomber en eeuu , era Teodoro kazinski, sus ideas era profeticas en cuanto al futuro y la mano de obra humana.
Excelente las consideraciones, me permitiré agregar a lo vuestro unos puntos de vista, es verdad que sobre toda teoría económica la autosuficiencia es libertad , política , libertad económica y el llamado «lujo», de un estado de bienestar,la masa activa laboral,debe recibir un ingreso que cubra todas sus necesidades por dejar su vida diaria en un trabajo, con ello se produce ese minimo estado de bienestar y no es contrapuesto al mercado,porque su ingreso genera consumo,genera actividad comercial y aumenta la demanda siendo en si rebalse de empleo,ahora el termino eficiencia económica,eficiencia respecto a quien o a que nación,los mercados internacionales han nivelado hacia abajo el estado de bienestar,producir en países de origen , cuyos salarios son el 10 % de países destinos y cuentan con la misma tecnología,es imposible social y políticamente para occidente, menos aun si allí no hay derechos laborales, democracia, sinidicales o políticos,esa eficiencia debe ser considerada una ventaja,que de ética, social no tiene nada,