La noticia de que el ayuntamiento de Buñol había decidido cobrar a los que querían participar en la «tomatina» (ya saben, esa fiesta consistente en arrojar tomates maduros sobre todo el mundo, lo que debe provocar una euforia ilimitada) no me llamó la atención. Pero hubo una cadena de televisión (Antena 3) que quiso que diese mi opinión sobre el tema. Y lo hice, claro, pero tampoco me sentí movido a escribir sobre eso en este blog. Lo que acabó animándome a escribir fue una carta en el Financial Times del 29 de agosto, firmada por Katherine Burgdorf, de Londres, y titulada, significativamente, «La alegría del tomate a la que no se puede poner precio«. La autora manifiesta que participó en la tomatina en 2005, y resume su opinión con palabras que desarrollan el título que el FT dio a su carta.
Lo que interesaba a Antena 3 era, sobre todo, si era una buena idea. Le dije que sí, claro. La gente del pueblo participó gratis; 10 euros no era un precio excesivo para los turistas, y el ayuntamiento se ahorró un gasto de 140.000 euros, lo que no es moco de pavo en estos años de crisis fiscal. ¿Por qué dar gratis aquello por lo que la gente está dispuesta a pagar y que, según la carta mencionada, valía mucho más de 10 euros? ¿Porque impedía que alguien sin recursos disfrutase de la fiesta? No, claro, sobre todo porque los del pueblo no pagaban, y los de otros pueblos no se puede decir que tuviesen «derecho» a participar gratis en la tomatina.
Ya va siendo hora de que los ciudadanos nos enteremos de que no hay comidas gratuitas (no free lunches), que todo cuesta algo (que se lo pregunten al alcalde de Buñol), y que gastarse el dinero en tomates y en limpieza significa detraer recursos de otros usos, seguramente más útiles, desde el punto de vista social, como escuelas, comedores de pobres o mejor alumbrado en las calles.
Las preguntas que me hicieron fueron varias veces a la idea de la privatización. Me parece que hay en esto un prejuicio anti-mercado, como si el ayuntamiento lo fuese a hacer mejor y más barato, cosa que, probablemente, no es verdad, aunque solo sea porque los organizadores del festejo se habrán convertido ya en expertos, lo que supone también menores costes. En este país, la ideología anti-mercado sigue viva; parece que la caída de la Unión Soviética no ha tenido lugar todavía. ¿Se extenderá a otros pueblos y a otras actividades? Ojalá.
Ya estamos ahorrando para la próxima. Nada más esperamos que los sueldos y bonos directivos o lleguen a hacer impagable el ciclo. Gracias y saludos