«¿De qué color son los brotes verdes?», me pregunto en un artículo publicado hoy en El Periódico. Para los no españoles, mi interés por los «brotes verdes» no significa que tenga una vocación por la botánica; ese es el nombre que, hace años, en la frustrada recuperación de 2011, daban nuestros políticos y nuestros medios de comunicación a los indicadores que parecían ser positivos. Lo de frustrada no es porque no existiesen los brotes verdes, sino porque, cuando estos empezaron a aparecer, la situación se agravó por la crisis de la deuda pública, la necesidad de practicar políticas fiscales de austeridad, la manifestación de la virulenta crisis de las cajas de ahorros y el temor a que el euro saltase por los aires.
En el artículo explico una historia de los brotes verdes hoy. El lector ya la conoce: las empresas han saneado sus balances, controlado sus morosos, reducido sus costes y abandonado los números rojos. Las que exportan están en una situación especialmente favorable, y ya han empezado a plantearse nuevas inversiones. Una empresa que piensa en invertir no está planeando echar trabajadores a la calle, de modo que la confianza vuelve a las familias. Esa es mi profecía (!) sobre la recuperación de la economía española. No es nada nuevo: es lo que vimos en 1983 y en 1993; no sé si se cumple también en otros países. Pero, por cierto, sí hay brotes verdes. Si no se lo cree, échele un vistazo de los 100 indicadores de la economía española que actualiza cada semana Funcas, la Fundación de las Cajas de Ahorros, y lea los comentarios.
Claro que el escepticismo es muy lógico, sobre todo si está teñido de ideología. Por eso aclaro en mi artículo que ver o no ver brotes verdes no es de izquierdas o de derechas, porque esos brotes no son mérito del gobierno o de la oposición, sino de las empresas, de los emprendedores, de los trabajadores y de las familias, que somos los que ahorramos, invertimos, pagamos impuestos (no todos), sufrimos el paro, suspendemos pagos y todo eso. La vida es así. Los gobiernos deben, eso sí, no poner obstáculos a la recuperación (que, por cierto, no será vibrante y espectacular, sino humilde y lenta).
Como vengo terqueando, gracias a sus entradas profesor Argandoña,lo que determina el ciclo en duración e intensidad (tamaño de la oscilación) es la capacidad de los directivos de prever “lo que se viene” sea para bien o para mal. Es decir, que no depende de las inversiones hechas (aunque también esto incumba) ni de las operaciones estándar, sino de qué tanto saben los directivos del mercado en que están inmersos.
Es algo cuali-cuantitativo como le decimos por acá (lima perú). La oscilación no puede ser mayor a no vender nada, aun derrumbando parte del mercado esto se puede cuantificar, pero sí puede ser mayor en función de sus previsiones y eso es a lo que hay que apuntar. Se puede ser optimista, pero no exuberante (Greenspan 90s). La cuantificación incluso, depende más de los costos o “inversiones” que sepan cómo manejar estos directivos, que de lo que ocurra en el mercado. Si no saben, mejor que se vayan.
Eso es lo que hace la diferencia entre la prudencia operativa (director ejecutivo) y prudencia de gobierno (liderazgo).
Gracias de nuevo por la inspiración
Mecachis la mar…, ahora resulta que ZP no era tan inepto. Que realmente había brotes verdes, pero, claro…., ¿quien podía imaginar que el Estado estaba sobreendeudado?, que el lujo del «estado del bienestar» era insostenible, que las prebendas políticas en las Cajas de Ahorros eran una gran estafa. ¿De verdad, nadie contemplaba estas variables?
¿Controlado sus «morosos»? todo lo contrario. La banca ha aumentado sus provisiones por morosidad.
Al final, acabo confiando en «la mano invisible» de Adam Smith. O, incluso mejor, en la Providencia.