No diré nada nuevo, pero vale la pena insistir. Nuestra sociedad acostumbra a fijarse solo en la «mitad» de la ética, aquella que consiste en no hacer algo malo. O incluso se queda en quejarse de que la gente haga cosas malas, pidiendo que se les castigue –la cultura de la venganza está muy arraigada, especialmente en los medios. Ese es también el punto de vista de muchos textos sobre ética, especialmente en ética de la empresa: aquellos que plantean casi exclusivamente situaciones problemáticas, conflictivas o claramente inmorales: los célebres dilemas morales.
No está mal, pero me parece claramente insuficiente. Todas esas actitudes olvidan algo que me parece importante: las personas aprendemos –lo he dicho ya mil veces. Aprendemos conocimientos, capacidades, habilidades… y actitudes, y valores, y virtudes. Pensar que una persona puede comportarse bien un día, si habitualmente no lo hace, se acerca al terreno de la utopía. Si me gano la vida engañando a la gente, ¿es creíble que en nuestro trato de hoy te voy a tratar con justicia? Es posible, claro, bien porque me equivoque, o me deje llevar por el corazón, o, más probablemente, porque hoy me interese no engañarte. Pero será algo extraordinario.
La «otra» mitad de la ética es la de hacer las cosas bien, la de aprender a hacer las cosas bien, no por interés propio, sino porque eso es lo que debo hacer. O mejor, porque esa es la mejor manera de comportarme yo ahora, lo que reclama mi condición de persona. Entonces desarrollamos hábitos que nos ayudan a comportarnos siempre bien –las virtudes morales, que son una especie de «piloto automático» que nos mueve siempre a hacer lo que debemos hacer. En ese caso, no tengo que pararme a pensar qué debo hacer: sale solo –aunque algunas veces sí que hay que pensarlo, claro, porque la situación es más compleja y el «piloto automático» no puede funcionar bien.
Entrada muy actual. Demasiado quizá. Las virtudes estuvieron a la baja durante varios siglos (XV a XX) y por coincidir con la etapa de los descubrimientos científicos se identificaron con «ilusión de libertad».
Solo ya entrado el S XX, en 1918 el principio de incertidumbre, y en 1939, la indecidibilidad de Goedel, vuelven los mecanicismos a su sitio y la libertad como lo más alto. Solo quien practica las virtudes puede ser libre. Guiarse por el instinto, aunque sea un instinto muy humano, es reemplazar todo un sistema por una parte de él. En los animales y plantas esta parte del sistema es todo el sistema y la prueba es que siempre hacen lo mismo aunque transcurran muchos siglos.
La lógica y la matemática, gracias a Hilbert, permitieron a LP dar altura de logos a la primera y poner en su sitio a la segunda. La teoría de conjuntos se sigue enseñando como «solidez matemática» lo que verifica que su entrada es demasiado actual, estimado profesor.
La biología empieza a entenderse mejor, gracias al genoma, no ya como estructuras base sino diferenciación unitaria; pero es la parte más elemental: el sincronismo.
Las ciencias y artes como hábitos suben el nivel hasta la atractividad pero todavía no son virtudes. Sólo la ética podrá elevarse al nivel más alto de lo potencial, las virtudes; pero sin llegar a ser acto personal todavía.
Poner en acto todas estas capacidades es nuestra misión en esta vida.