Hace ya muchos meses que leí una entrevista a David J. Theroux en la web del Independent Institute norteamericano. Era sobre C.S. Lewis, el famoso escritor inglés. Y de ella me gustó un largo párrafo, casi al final de la entrevista. Theroux cita a Lewis:
Soy un demócrata porque creo en la caída del hombre -o, con más precisión, que el hombre es libre de elegir el bien o el mal… La mayoría de la gente son demócratas por la razón contraria. Buena parte del entusiasmo democrático proviene de las ideas de personas como Rousseau, que creía en la democracia porque pensaba que la humanidad es tan sabia y buena que todos merecen poder participar en el gobierno. El peligro de defender la democracia con esos argumentos es que no son verdaderos. Y allí donde se ponga de manifiesto esa debilidad, el pueblo preferirá la tiranía. Encuentro que esos argumentos no son verdaderos cuando me miro a mí mismo. No merezco participar en el gobierno de un gallinero, y mucho menos de una nación. Ni lo merece la mayoría de la gente… La razón real para la democracia es la contraria. El hombre está tan caído que nadie merece que se confíe en él dándole un poder ilimitado sobre sus compañeros. Aristóteles decía que algunas personas solo sirven para ser esclavos. No le voy a contradecir. Pero rechazo la esclavitud porque no veo a ningún hombre capaz de ser amo.
Las personas sensatas valoran mucho la necesidad de no dar demasiado poder a nadie, aunque sea una persona perfecta -porque nadie es perfecto. Necesitamos el control de otros. Y esto vale para el gobierno de un país, para el de una empresa o para el de uno mismo.