Lo malo de ponerse a escribir sobre las reformas pendientes es que a uno le entran ganas de seguir hablando. Por eso, después de tocar este tema en una entrada reciente, quiero volver sobre él. Y ahora no me refiero a la reforma de la Administración Pública, sino a las reformas estructurales en general.
Entiendo que un país no puede estar de reforma continua: sería algo de locos. ¿Qué impuestos tendremos dentro de un año? ¡Oh, no lo sé; depende de la manía reformista del ministro de turno! No: necesitamos un marco legal e institucional estable.
Pero cuando ese marco se ha quedado obsoleto, en un mundo que está cambiando; cuando las condiciones de funcionamiento de la economía son distintas; cuando aparecen nuevos problemas… las reformas se hacen primero convenientes (aunque nadie las emprende), luego necesarias (sí, algún día tendremos que hacer algo…), más tarde imprescindibles (nombraremos una comisión que estudie el tema)…
Ahora estamos en esa situación: las reformas han llegado a ser absolutamente necesarias. Ya lo he dicho en otras entradas: la demanda no tira, no puede tirar. El crecimiento esperado del PIB es bajo, muy bajo, para 2014; el motor serán las exportaciones, que tirarán de la inversión en equipo (con crecimientos ridículos, pero positivos, al fin y al cabo) y del consumo (miseria y compañía, pero algo es algo). Si queremos que 2014 devuelva la confianza a la economía española, el empuje tiene que venir del lado de la oferta, o sea, de unos costes menores y de una productividad mayor. O sea, de las reformas.
Y si miramos el medio plazo, las reformas son aún más necesarias. Cuando la economía crezca un maravilloso 1%, la creación de empleo dependerá de que las empresas tengan incentivos para contratar más empleados (reforma laboral), para invertir (reforma fiscal), para emprender (reforma de la Administración Pública)…
Vuelvo a lo que decía al principio. Ahora hay que hacer reformas. «Ya están hechas», dicen los políticos (algunos, claro, porque los otros tienen que llevar la contraria, por definición: ¿no habrá otra manera de hacer política en esta pobre democracia?). Sí, pero quedan muchas por hacer. Y por consolidar y desarrollar las ya hechas.
Y aun así, habrá que seguir haciendo reformas. Reconozco que no podemos estar reformando todo todos los días. Pero las empresas han introducido la idea de la mejora continua: lo que ya se hace bien se puede hacer mejor, si hacemos el análisis adecuado y ponemos los medios y los incentivos oportunos. ¿Lo intentamos a nivel nacional?
Querido profesor, estoy muy de acuerdo con la mayor parte de lo que afirma. Sin embargo, discrepo en un punto: creo que las reformas sí deben ser constantes, el cambio debe ser permanente… pero en pequeñas dosis. Todas las organizaciones, el Estado no va a ser una excepción, deben estar constantemente haciendo pequeños ajustes, mejoras, optimizaciones, como lo queramos llamar. Sólo así es que quizás no sean necesarias reformas «estructurales», importantes, normalmente traumáticas y en muchos casos políticamente inasumibles (como las actuales, las que todos conocemos y no queremos ni mencionar).
Por otro lado, veo que gran parte de la opinión, publicada y privada, centra el debate de las reformas en temas económicos o legales. ¿para cuándo una gran reforma de nuestros valores? No me refiero sólo a los grandes valores éticos y morales, me refiero también a valores como la puntualidad…