La filosofía, que se supone que debe orientar nuestra vida en las grandes decisiones, ha fracasado. Que lo diga yo no tiene mucho interés, claro. Pero lo dice Mary Midgley en una entrevista en el Financial Times del pasado 5 de abril (aquí, en inglés). Midgley fue una de las cuatro profesoras de filosofía que revolucionaron esa disciplina en Oxford, hace unos años; las otras tres fueron Iris Murdoch, Philippa Foot y Elizabeth Anscombe. Ninguna de ellas cae bien a muchos filósofos modernos, lo que, me parece, es una buena señal.
«El problema de la filosofía, dice ella, se ha reducido a una cuestión de ciencia física. Hay un esfuerzo concertado para depreciar los temas de la experiencia personal. Estamos bajo una seria amenaza existencial, pues nos ven poco más que como un conjunto de células del cerebro que trabajan bajo patrones predeterminados». ¡Si solo fuese la filosofía! Pero esto mismo vemos en todas las ciencias sociale, incluida la economía. «Los científicos y los psicólogos están dando la espalda a la complejidad de las interacciones humanas, tratando de explicar todo en términos neuro-biológicos».
El periodista que la entrevista, Peter Aspden, señala que Midgley «es un personaje relativamente raro, por considerar que el sentido común -el modo como hacemos las cosas y la manera como vivimos nuestras vidas- es una consideración importante en los argumentos filosóficos«.
«La vehemencia de Midgley en la conversación deja claro que ella cree que hay mucho en juego: tratar de encontrar un modo que permita a la filosofía hacer las grandes preguntas -sobre el amor, la vida, la espiritualidad, el alma- con rigor, empatía e imaginación«. ¡Me cae bien esta profesora, a sus 94 años!
Philippa Foot y Elizabeth Anscombe, con quienes estoy más familiarizado han hecho un gran trabajo. Antes de MacIntyre reivindicaron con sólidos argumentos el papel central de las virtudes en ética, y eso perdura.
Hay filosofías «menores» están de moda un tiempo y luego son severamente criticadas y, al final, arrinconadas. Hay una filosofía «perenne» que no ha fracasado sino que siguen siendo muy necesaria. Si no hay reflexión se corre el riesgo de aceptar fundamentos acriticamente, y esto es muy peligroso. La buena filosofía ayuda a esa reflexión.