Sí reconozco que el título de esta entrada es contracultural, en un momento en que, por ejemplo, en España se está pensando en una versión del Código de Buen gobierno. Pero la idea no es mía, sino de un mítico CEO norteamericano, Bill George, que dirigió Medtronic durante muchos años convirtiendo esa empresa en un modelo. La tesis de Bill George es: hay muchos inversores que solo buscan los resultados trimestrales. No tienen vocación de continuidad en su empresa; si le piden más beneficios y usted se los da, pedirán todavía más. Y cuando usted no pueda dar más, venderán sus acciones y le dejarán en la estacada.
Su consejo es: monte su estrategia para el largo plazo, busque un equipo adecuado para llevarla a cabo, fórmelos para que sean capaces de conseguirlo, y luego vaya a ver a sus inversores y convénzales de que lo mejor es seguirle en su proyecto. Si usted quiere crecimiento, busque inversores que quieran crecimiento; si quiere reducir costes, los inversores orientados al valor son los más adecuados. Pero si se deja gobernar por sus accionistas cortoplacistas, usted está perdido. O su empresa. O los dos.
No cabe duda de que las ideas de Bill George son revolucionarias, aunque también es verdad que ya las comparten muchos directivos. La base teórica de los resultados a corto plazo es que el mercado sabe mejor que nadie qué es lo bueno en una empresa; si el mercado castiga la cotización, es que la empresa no está dando todo lo que puede. Bill George hace notar que los inversores no tienen ese conocimiento de la empresa, que casi siempre los que fijan los objetivos no son los inversores, sino unos analistas que cobran en función del éxito de sus apuestas, y que unos y otros no tienen por qué tener visión a largo plazo, de empresa próspera y sostenible, a pesar de posibles altibajos.
Al final, si no nos podemos fiar de los accionistas, o al menos de muchos accionistas, ¿nos tendremos que fiar de los directivos? ¿No estaremos dejando las empresas en manos de directivo que se engordan a sí mismos? Bueno, pues acudamos al consejo de administración, que ha de ser el árbitro. Vale, pero, ¿han demostrado los consejos su capacidad para actuar de esa manera? Moraleja: si encuentra usted un CEO competente, dinámico, creativo, ético y responsable, apueste por él, aunque, eso sí, controlándole. Si su CEO es vago, ladrón o incompetentes, despídalo. Y si está entre ambos extremos… haga lo que pueda, ¿no?