Dicen que la historia es maestra de la vida. De hecho, es útil ver cómo el pasado nos enseña cosas útiles para el presente -o, con un poco menos de optimismo, cómo los seres humanos repetimos los errores de nuestros predecesores. Acabé hace unos días la lectura de un grueso libro sobre la primera guerra mundial, 1914. El año de la catástrofe, escrito por Max Hastings y publicado por Crítica (2013). Reproduzco aquí trozos de un largo párrafo en la penúltima página del texto, con interpolaciones sobre el presente:
«La posteridad sigue sin entender cómo los líderes de las grandes potencias del mundo -en su mayoría, hombres que no eran más estúpidos ni malvados que sus contemporáneos– pudieron, primero, permitir que la guerra tuviera lugar y, luego, continuarla durante cuatro años más«. Interprete esto el lector en clave de nuestra época: cómo permitieron la burbuja, los errores de política que llevaron a la crisis, un desempleo sencillamente absurdo… Y los líderes no son solo los gobernantes, sino los reguladores, empresarios, sindicatos, parlamentos, medios de comunicación, expertos…
«Parece un error tachar de sonámbulos a los gobernantes de la Europa de 2014 (…) porque esto implicaría que no eran conscientes de sus actos. Es más adecuado llamarlo ‘negadores’: prefirieron insistir en políticas y estrategias sumamente perjudiciales antes que aceptar que era poco plausible llevarlas a cabo y, en retrospectiva, que habían fracasado«. ¿Alguna explicación de los líderes europeos y mundiales (y españoles) de los primeros años del siglo XXI?
Hastings censura a todos, pero echa la principal culpa a Austria y Alemania, la primera por «hundir su precario sistema de gobierno entrando en guerra con Serbia», y la segunda por haber apoyado a la primera «con la convicción de que las potencias centrales podrían vencer en cualquier conflicto más general que una acción como aquella pudiera desencadenar». En definitiva, objetivos ambiciosos a costa de los demás (Hastings dice que los aliados no podían detener la guerra hasta la derrota de Alemania porque detenerla significaría tener que aceptar las reivindicaciones anexionistas de Alemania, y si esto no era aceptable en 1939, tampoco debía serlo en 1914). El yo, el mío, el yo primero, a costa de los demás: ¿alguna lección para los líderes del siglo XXI? ¿Y, muy importante, para sus sociedades también…? Los gobiernos no suelen actuar contra la opinión pública de sus países -aunque deberían hacerlo, cuando esto conduce al desastre para sus ciudadanos y, también muy importante, a daños gravísimos para los demás.
El largo párrafo del que he tomado estas ideas acaba con el recuerdo de que «el comportamiento de Viena y Berlín (y, en menor medida, el de San Petersburgo y París) quedó alterado por el ansia de alcanzar un resultado decisivo en lugar de una sucesión de crisis inconcluyentes». «Acabemos con ellos» condujo a cuatro años de frentes estabilizados donde los soldados se mataban cada día, rodeados de fango, suciedad y miseria. ¿Podemos aprender algo de todo aquello?