Hablando de la dimensión paternalista del Partido Laborista y de sus pudientes simpatizantes, «esta forma de democracia fue pensada para ofrecer ayuda de arriba abajo a la clase trabajadora, más que para favorecer la igualdad política y económica… La idea de que la gente de la clase trabajadora podía ser un importante agente de cambio era todavía (…) algo perturbador». Lo que el autor de la crítica del libro señala es que muchas políticas no tratan de dar capacidad a la gente para ser protagonistas de su vida, para asumir sus responsabilidades, para promover personalmente el cambio político, económico y social, sino solo de darles medios para que sobrevivan. «El problema es que las clases trabajadoras no son una fuerza activa en la sociedad, sino que se convierten en tristes víctimas necesitadas de permanente ayuda y apoyo«.
Sigo con la crítica del libro: «Si los radicales de hoy apoyan alguna tesis es la de que todo lo que implique al Estado, desde las políticas de bienestar hasta la prohibición de manera políticamente incorrectas de hablar, es algo bueno y progresivo, mientras que todo lo que promueva las libertades individuales es un odioso signo de dureza mental neoliberal».
«Todo esto (…) nos hace volver a la incapacidad de la izquierda de ver al ciudadano corriente como individuos con aspiraciones y con la capacidad de modelar sus propias vidas (…) Toda la clase política piensa que el Estado debe intervenir para compensar el declive de una ciudadanía activa o de una contestación real en la sociedad. Y esto ha acabado influenciando a una parte importante de la clase trabajadora que ha internalizado la noción de que son enfermos y deprimidos, incapaces e inútiles, sin posibilidades de hacerse cargo de sus vidas sin la ayuda de un ejército de burócratas del Estado«. Bueno, las frases son muy duras y las generalizaciones no suelen ser adecuadas, pero me parece que contienen una parte importante de verdad.
Pueden estar no fracasando. El problema reside en si realmente nos creemos que los costes laborales son lo que está haciendo que no salgamos de la crisis.
El error o arrogancia radica en no «ver» que la producción es puro sincronismo. Si soy dueño, contrato a quien diseñe el sincronismo (o sistema productivo, que incluye servicios). Si soy gerente, acciono las cuerdas para evitar la pérdida de sincronismo. Y si soy parte del sincronismo, pongo en juego todos mis hábitos y virtudes para sincronizarme con los demás (los gerentes y dueños también ponen en juego sus hábitos y virtudes, por si acaso). Cuando no logro sincronizar todo esto, viene la quiebra. Nada es fácil pero lo hacen posible las acciones humanas. El sincronismo es físico. Eso lo puedo medir en moneda. Pero las virtudes y hábitos no, Allí está el problema: tiene que medirlo alguien con capacidades operativa y de gobierno mayores. ¿Serán los sindicatos un lugar adecuado para desarrollar hábitos y virtudes?
¿Clase trabajadora?
¿No lo somos todos, o muchos de nosotros?
El Tripalium, el sufrimiento…, pero ¡ojo!, que el trabajo, también santifica.
Benditos sindicatos… esos tienen las puertas del Cielo abiertas de par en par.