Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.
¿Tienen las empresas alguna responsabilidad por lo que pasa en la sociedad? Las respuestas a esta cuestión van desde el «no, ninguna» hasta el «sí, toda». El «no» tiene que ver con la idea de que la única responsabilidad social de las empresas es maximizar el beneficio para sus accionistas. He comentado esto otras veces; se basa en la tesis de que, bajo ciertos supuestos, una empresa que maximiza su valor está optimizando su contribución al bienestar de la sociedad. El problema de esta tesis es que los supuestos de partida no se cumplen nunca, de modo que una empresa que maximiza sus beneficios puede estar contribuyendo a un óptimo social… o no. Y, además, la definición de ese óptimo es muy discutible.
Luego hay una versión más moderada: la responsabilidad social de las empresas se cumple produciendo bienes y servicios para sus clientes, cumpliendo las leyes y regulaciones, e incluso yendo un poco más lejos, para cumplir lo que la ética exige, aunque no esté incluído en la ley; cumpliendo sus contratos con los proveedores, empleados y distribuidores, respetando el medio ambiente… Vale, estoy de acuerdo. Solo que la empresa deja también otras huellas en la sociedad, que van más allá de lo que establecen sus contratos: trata (o no) a sus clientes, empleados y proveedores con la dignidad debida; fomenta (o no) los aprendizajes de sus miembros; crea (o no) un clima en el que las personas se puedan realizar como personas… Y todo esto debe formar parte también de sus responsabilidades.
El otro extremo viene establecido por los que ven en las empresas la solución de los problemas de la sociedad, esos problemas que los Estados no pueden ahora cumplir, por la competencia de otros países, la dilución de las fronteras, las limitaciones de sus políticas o los problemas fiscales. Lo malo de este planteamiento es que no ofrece una respuesta clara a la pregunta: ¿por qué debe una empresa dedicar todos sus esfuerzos a resolver problemas que ella no ha creado, a expensas de los intereses legítimos de sus propietarios, directivos, empleados y clientes? Esta posición más extrema nos lleva a preguntarnos si la empresa tiene que contribuir positivamente a esa solución de problemas que ella no ha creado, pero que le afectan y que ella puede resolver.
Aquí podría venir bien un ejemplo alejado de la vida económica. Una persona pasa al lado de un canal; el agua está arrastrando a un niño, que muy probablemente se ahogará si él no hace algo, porque no hay nadie más por allí en condiciones de rescatarlo. Claramente, la primera obligación es de los padres del niño, pero no están allí. Él podría hacerlo, pero con algún coste: el traje se echará a perder, el tiempo perdido será relevante y quizás pille un resfriado. Me parece que, a pesar de todo, estaremos de acuerdo en que debe echarse al agua, por la gravedad, urgencia y proximidad de la situación, y también porque el riesgo que corre es limitado.
Supongamos ahora que la corriente no es muy fuerte, de modo que el niño puede salvarse por sí solo, pero, eso sí, con cierto riesgo de que, al final, se ahogue. Ahora la respuesta será, probablemente, menos tajante. Añadamos el supuesto de que nuestro protagonista no sabe nadar: ahora todos le aconsejaríamos que no intente salvar al niño, porque, probablemente, acabaríamos teniendo dos cadáveres.
¿Qué quiero decir? Que la responsabilidad social ante una necesidad ajena que no hemos provocado no tiene una respuesta patente, sino que se trata de una decisión prudencial, es decir, presidida por la prudencia, que nos llevará a considerar la naturaleza de la necesidad (si es un niño o una persona mayor, si sabe o no nadar, si la corriente es o no muy fuerte); su gravedad y su urgencia, su proximidad al interesado, qué soluciones hay disponibles, las posibilidades de éxito, la existencia de otras necesidades más o menos urgentes que llaman la atención del protagonista (quizás evitar que su propio hijo acabe en el agua)… Y recordemos que el argumento de que el protagonista se debe a sus hijos y no a los hijos de otros no parece muy sólido; algo parecido al de que la empresa se debe a sus accionistas y no a otras personas.
No existe una respuesta definida a la pregunta: ¿es mi empresa responsable de lo que pasa en la sociedad? Lo siento, pero no queda otro remedio que sentarse a pensar. Le ayudaré con un argumento adicional. La solución no es siempre dar dinero; más aún, esta suele ser una trampa para no pararse a pensar qué puedo hacer.
Porque puedo hacer muchas cosas. Compartir, que es dar, regalar, prestar (esto ya es más asequible), ofrecer garantías a terceros, asesorar, aconsejar… Todos compartimos mucho, cada día: la «lógica del don», de que hablaba el Papa Benedicto XVI, no es algo esotérico para onegés solidarias, sino algo que hacemos cada día en la empresa, cuando mandamos, cuando obedecemos, cuando ayudamos, cuando sonreímos…
Más cosas: procura que otros compartan: pon a colaborar a tus empleados, clientes, proveedores, accionistas (¿quién ha dicho que son egoístas y que solo quieren mayores dividendos?)… A veces, pedir dinero para otros será más difícil que darlo uno mismo. Haz, porque tú sabes hacer muchas cosas, además de dar dinero: dedica tu tiempo, colabora en las iniciativas de otros, desarrolla tu imaginación para ver qué puedes hacer… Actúa con eficiencia, algo que suelen saber hacer muy bien todos los directivos. En resumen: no me digas que no tienes responsabilidades acerca de los problemas de los demás. No seas egoísta. Párate a pensar, y encontrarás mucho que puedes hacer por los demás, sin jugarte por ello tu puesto de trabajo o la cuenta de resultados de tu empresa.
Estimado Antonio:
Espero que esta crisis que se prolonga en el tiempo se puedan sacar como conclusión, que política, la educación y la ciencia, deben ponerse al servicio de la familia y de la empresa, a su vez los empresarios debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad y tener en consideración que el beneficio es resultado final, después de haber cumplido las obligaciones con los empleados, los clientes, el medioambiente, la sociedad…
Saludos,
Gran entrada y a la vez gran problema porque la prudencia también tiene partes. Por ejemplo. En el esquema de Juan Antonio la decisión completa se da en tres niveles: eficacia, atractividad y unidad. La prudencia dicta no dejarse llevar sólo por la eficacia sino poner los medios éticos (prudencia tradicional). Pero se van al otro extremo, elegir para el puesto a alguien con virtudes (sobre todo la prudencia antes dicha, claro). Pero olvidan lo que ya nos dijo en una entrada hace poco: la ética de la RS exige que ese «alguien» sea eficiente, es decir, busque la atractividad, que como no son expertos en eso (los que eligen) toman al amiguito de turno porque cumple con los otros dos requisitos «óptimos». Creo que esta es la gota que derrama el vaso. Saludos profesor.