No; el título no quiere decir que en Holanda se hayan dado casos de Ébola u otros problemas de salud. La «enfermedad holandesa» es bien conocida en el comercio internacional: cuando un país encuentra un producto estrella para sus exportaciones, como el petróleo u otras primeras materias, su balanza de pagos mejora considerablemente, su moneda se aprecia, pierde competividad y el resto de sus sectores exportadores se ve perjudicado. En España esto se ha dicho, en el pasado, del turismo, pero la tesis no ha prosperado, probablemente porque el peso del turismo en las exportaciones no es demasiado alto. O quizás porque el lobby turístico está muy despierto. O porque los políticos de las zonas turísticas, como Baleares, Canarias y Cataluña, no quieren matar la gallina de los huevos de oro.
Se me ocurría lo de la enfermedad holandesa leyendo, en días pasados, las quejas de los vecinos de barrios invadidos por turistas, como el de La Salut, en Barcelona, que alberga una joya de Gaudí, el Parque Güell. Más allá del bloqueo del barrio por los autocares de turistas y la consiguiente desaparición de la calma en sus calles, la queja es la desaparición del comercio de proximidad, cuyos locales se han visto sustituidos por tiendas de souvenirs, bares y restaurantes para turistas.
Es la ley del mercado, me dirá el economista lector. Y no deja de ser una bendición, eso de ver crecer la renta de la ciudad gracias a la avalancha de visitantes extranjeros. De acuerdo. Pero lo mismo que en la enfermedad holandesa tradicional, las ventajas van a unos y los costes a otros. Al final, claro, se encontrará un equilibrio; cambiará la naturaleza del vecindario y todo se arreglará. Pero, entre tanto, hay que pensar que los ganadores (los propietarios de locales comerciales, por ejemplo) tendrán rentas positivas, y los perdedores (los vecinos mayores, que en ese barrio son muchos, y que tendrán que desplazarse para comprar el pan), costes adicionales. Y, al menos en el caso de la gente mayor, no tienen flexibilidad para adaptarse a las nuevas condiciones. Un reto para los políticos, si tienen sensibilidad por el tema -y si son capaces de distinguir entre los verdaderos perdedores y las meros cazadores de rentas.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
El sincronismo de la mano invisible, que yo resuelvo gracias a la coherencia económica (disculpe el marketing profesor pero es bueno que los sepan todos, por lo menos en los que leemos su blog) lleva más o menos actividad económica en función de la entropía o desorden del sistema; pero nunca ahorrará costos mientras no intervenga la ética desde arriba, es decir, moderando el sincronismo para que eso ocurra (ahorrar). Pero primero es el sincronismo. Si no sabemos sincronizar, menos vamos a moderarlo para ahorrar. Inspiradora enfermedad. Gracias por sus comentarios.
The optimal point is that where the benefits of tourism just balance with the cost that tourism imposes on the system (including those on local citizens)