«Cómo cambiar el modelo (económico) español» es el título de mi artículo de hoy en El Periódico (aquí, para suscriptores). Desde hace tiempo me preocupa eso que llamamos el «modelo económico español» que queremos cambiar. Lo queremos cambiar porque ha fracasado, al menos en parte, si por modelo entendemos el predominio del inmobiliario (fruto de la burbuja crediticia de hace unos años) y del turismo (fruto de una mano de obra abundante y no muy cualificada). En todo caso, no se trata de un modelo imaginado «desde arriba», sino la resultante de unas circunstancias que llevaron a la gente a montar sus negocios alrededor de una ventaja comparativa a largo plazo (turismo) y de una ventaja financiera a corto plazo (inmobiliario).
La gente reacciona a los incentivos, digo en mi artículo; si queremos que cambie sus conductas, hemos de cambiar sus incentivos. Y aquí, digo, hay tarea para todos. Para los gobiernos, que deben olvidarse de la «oficina de recaudación de impuestos» (o de pagos oscuros) que era el inmobiliario, para pensar en cómo incentivar actividades que valgan la pena, sin caer en la tentación de elegir los sectores triunfadores (porque no saben cómo hacerlo).
Hay tarea para las empresas y, sobre todo, para las asociaciones empresariales, que deben lanzarse a invertir en los sectores con futuro. Y aquí llamo la atención sobre la presión de las empresas y los sectores ya establecidos, que tratarán de usar su poder político y económico para llevarse las ventajas. Lo que se espera de las empresas es que piensen no solo en ellas, sino también en su sector y en su zona geográfica, porque se trata de crear un tejido empresarial potente, en el que su empresa sea una más, quizás la más importante, pero rodeada de otros, que potencien el sector y la zona.
Tarea para los sindicatos -aquí tenemos una revolución pendiente. Para las universidades y las escuelas, que tienen que promover el capital humano que necesitarán los nuevos sectores, e impulsar la investigación necesaria, en colaboración con las empresas -y aquí el peligro está también en la visión provinciana, cortoplacista, de algunas entidades. Tarea para los políticos, para los medios de comunicación y para todos los ciudadanos. El cambio de modelo es necesario y es posible pero, como digo en el artículo, no la veremos en el Boletín Oficial del Estado, sino en nuestras decisiones.
Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.
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Y con qué incentivos deben actuar los que cambian los incentivos? Sólo con el fin de mejorar el modelo económico, básicamente en sus aspectos más relacionados con los bienes públicos, como la investigación, respeto a las normas o mejora social?
No me parece que pueda alcanzarse esta mejora si, cada vez más, los organismos públicos también se comportan como empresas y están menos interesados en los bienes públicos que genera su actividad. En una sociedad que sigue teniendo como modelo de comportamiento al Lazarillo y al Ciego mientras comen uvas, el cambio de modelo me parece muy complicado.
Es como la mano invisible que yo llamo coherencia (económica). Hay otras coherencias, pero siempre son por sí mismas «absolutas». El problema es que cuando el que la evalúa tiene menos nivel (de hábitos) que el que ejecuta aquella acción que está evaluando (el profesor Pérez López lo llamaba «profundidad»). Es, al final, algo así como falta de sincronismo pero cualitativo y no cuantitativo (caso, este último, de la coherencia económica).